Deja a tu perro ser Bill Murray

Y que disfrute de cada momento

 

 

Supongo que conoces a Bill Murray, el actor.

 A mí me cae muy bien.

El caso es que el otro día he escuchado una extraña biografía sobre el señor Murray.

 Y ahora me cae mucho mejor.

 Verás.

 Al parecer el señor Murray es calificado por quienes le conocen personalmente como “extraño”.

 No encaja en lo que entendemos por “normal”, se sale de los patrones preestablecidos.

Pero no porque tenga alguna diferencia que le venga de nacimiento y no pueda elegir ser de otro modo.

 No es cojo, ni ciego, ni tiene una marca de nacimiento en forma de calabaza de Halloween cruzándole la cara.

 Simplemente, ha elegido ser diferente porque le da la gana.

 Y se le da muy bien.

 Te cuento y decide tú.

Al parecer, su principal cualidad es que se dedica a improvisar.

 “Bueno, es un actor, es natural”.

 Sí, claro, pero es que improvisa en la vida, así, en general, sobre todo lo que se le ocurre.

 En una ocasión, iba en un taxi charlando con el conductor, y descubrió que el hombre era un saxofonista frustrado.

 Trabajaba muchas horas al día al volante, y no le quedaba apenas tiempo para practicar.

 Así que Murray le dijo que parase el taxi, ocupó su lugar, y le pidió que aprovechara para tocar el saxo mientras él conducía.

 Puede entrar en un bar y antes de que te des cuenta, está detrás de la barra sirviendo chupitos de tequila a todos los clientes.

 Si ve un edificio en obras, se mete dentro y se dedica a leerle poesías a los albañiles.

 Se cuela en las bodas y trata de salir en las fotos con los novios.

 Se ha dejado caer en más de una fiesta de piso de estudiantes, y ha terminado fregando los platos tras la juerga.

 Llama por teléfono a su amigo George Clooney, para decirle que está en ese mismo instante en la puerta de su casa del Lago de Como (Italia), que le abra.

 No tiene ni agente, ni manager ni relaciones públicas.

 Así que si quieres que trabaje en una película que has guionizado o piensas dirigir, te toca llamarle por teléfono.

 No importa si eres George Lucas, o Scorsese, o Riddley Scott.

 Le llamas tú.

 Eso sí, a un numero 900 de tarificación de pago.

 Ah, nunca lo coge, tiene un contestador.

 Le cuentas a la máquina un resumen de tu proyecto, y ya si eso tal.

 Si escucha el mensaje, igual te devuelve la llamada.

 Y si consigues contratarle, no sabrás nada más de él hasta el primer día de rodaje.

 Momento en el que se planta en el set de maquillaje contando chistes y abrazando a todo el mundo.

 Bill Murray hace lo que le pide el cuerpo en cada momento.

 Improvisa su vida sobre la marcha.

 Ha venido a este mundo a disfrutar.

 Y esa es la clave de su éxito y de su encanto.

 Hacerlo todo de modo diferente al resto.

 Si te fijas, la mayoría del tiempo te estás preocupando de cosas que en realidad no tienen importancia.

 Y encima, te estás preocupando por eso porque te han dicho que es de lo que hay que preocuparse.

 Pero la verdad es que solo hay unas pocas cosas que son realmente importantes, y seguro que sabes cuáles son.

 Hacer las cosas sin importar lo que otros digan de nosotros y sin estar condicionados con el que dirán es un modo de asegurarte el éxito en la relación con tu perro.

 Y es que irónicamente a mucha gente le gusta lo único.

 Lo original.

 A mucha gente le gusta Bill Murray porque es Bill Murray.

 No quien los demás esperamos o creemos que debe ser Bill Murray.

 Y por eso Bill Murray es un perro.

O mejor dicho, se comporta como un perro.

Así que lo mismo aquí está la receta para la cuadratura del círculo.

Muchos no se atreven a hacer o dejar de hacer cosas por el qué dirán.

 Por miedo a no encajar, o a no ser aceptados por la mayoría.

 Pero mira, Bill Murray hace justo lo contrario, y le va bien.

 El qué dirán le da igual, y curiosamente, es muy bien aceptado por la mayoría.

 Así que puedes aprender esto de tu perro.

 O de Bill Murray.

 Eso sí, muchos de los (teóricos) problemas de conducta de los perros provienen de no dejarles ser Bill Murray.

 Y arrastrarles a ser quienes no son por cumplir con el qué dirán.

 Romper ese círculo sería un gran comienzo, para ti y para tu perro.

 Y lo mismo necesitas ayuda para lograrlo.

 Puedes probar a llamar a Bill Murray, lo mismo te responde.

 O puedes probar a apuntarte a los correos que mando cada día a mis suscriptores, leer lo que cuento, y aplicarlo en tu día a día.

Has caído en la trampa

Y es muy difícil salir

 

Es interesante cómo nos aferramos a aquello en lo que creemos y a lo que conocemos.

Aunque sea solo un montón de basura que nos perjudica.

Escucho una anécdota sobre una técnica para cazar monos empleada en algún lugar donde cacen monos.

Para lo que sea.

Dejan unas jaulas con forma rectangular en sus zonas de paso habitual.

Dentro de la jaula hay un cebo muy apetitoso para el mono.

Por lo tanto, cuando un mono se tropieza con una de esas jaulas, no puede evitar acercarse.

Manipularla.

Trastear con ella.

Hasta que da con un agujero que le permite meter su manita de mono.

Entonces, estira bien el bracito, atrapa el cebo, y se lo quiere llevar.

Solo tiene que sacar la mano de la jaula.

Pero la jaula está diseñada de tal modo que no puede sacar la mano.

No mientras la mantenga cerrada con el cebo dentro.

Solo si la abre y renuncia al premio, podrá recuperar su mano y su libertad.

Pero el mono no abre la mano.

Pelea, grita, aúlla, zarandea la jaula.

Pero no abre la mano.

Ya está atrapado.

Es una gran metáfora, ésta.

¿De qué?

De cómo nos agarramos a nuestros conocimientos falsos, a nuestras creencias limitantes, a ideas que nos vienen impuestas desde fuera y que aceptamos sin cuestionar.

Porque sentimos que, si abrimos la mano, si soltamos todo ese lastre, perdemos.

Cuando es justo al revés, es al soltar toda esa morralla mental cuando somos libres.

Cuando podemos salir de esa jaula en la que igual ni siquiera te das cuenta de que te han metido.

Al convivir con un perro, entre unos y otros te han hecho meter la mano en la jaula.

Tú has atrapado al vuelo una serie de ideas y de conceptos que te venden como “mágicos” y adecuados para educar a tu amigo.

Y ya está, ahora no puedes alejarte de todo eso.

Ya eres prisionera, como tantos otros, y no te atreves a abrir la mano y soltar todo lo que te han inculcado ya desde niña.

(Sí, ¿o de qué crees que van las películas con animalito de Disney?)

Bueno, puede que dé menos miedo soltar si tienes un punto de apoyo.

Recibir los correos que mando cada día a quienes se suscriben es uno de ellos.

Y leerte el libro que regalo a los recien llegados, otro, y muy bueno, por cierto.

Así que deja tu email aquí abajo, y empieza a ver el mundo del perro desde otra óptica

Hay mensajes apocalípticos

A tu alrededor, ¿los ves?

 

Son tiempos extraños, los de estos días.

El cielo está tan negro a mediodía que parece de noche.

Hasta han encendido las farolas en las calles.

Hace dos días que del cielo cae polvo rojo.

Ya cubre los coches, las carreteras, los campos y las flores.

El aire también se ve rojo

La bruma desdibuja el contorno del paisaje, y las espesas nubes sueltan unas pocas gotas que convierten el polvo en un amasijo anaranjado de lodo.

Y con un ambiente que seguro que aparece en docenas de profecías del fin del mundo, intento ir a hacer la compra mensual.

Ya ves, un evento tan anodino, insípido y tedioso que ni me molesto en hacerlo como la mayoría.

Yo hace tiempo que opto por pedir en una pantalla lo que necesito, y me paso dos días después a recogerlo al aparcamiento del supermercado.

Pero esta vez no.

Esta vez la mitad de mi compra está “agotada temporalmente”.

No dicen cuánto es “temporalmente”, pero puesto que casi me quitan las cosas del carro virtual en cuanto las echo, deduzco que no será pronto.

Recojo lo que han tenido a bien venderme, e inicio un paseíllo por otros supermercados para conseguir lo que falta.

Tengo que pasarme por tres hasta lograrlo.

Y es que recibo noticias de aquí y allá sobre que no hay desabastecimiento.

Que tenemos de todo.

Que no falta de nada.

Pero las estanterías de los supermercados están vacías.

No todas, claro.

Aunque sí hay suficientes huecos como para llamar la atención.

No veo avena.

Ni azúcar.

Ni apenas leche.

No hay huevos, ni sal, ni harina, ni conservas de ciertos tipos.

Faltan unas cosas más, claro.

Como aceite.

Pero en cambio galletas de todos los colores, formas y tamaños llenan a rebosar los estantes.

Hojaldres, dulces, chocolates, bombones, bollería industrial, palmeras, rosquillas….

De eso sobra.

¡Pero si hay hasta mini roscones de Reyes!

Vale, de hambre no nos moriremos, no.

Y de sed tampoco, porque la sección de bebidas gaseosas y alcohólicas no ha sufrido carestía ninguna.

Pero ahora es cuando empieza la batalla en mi cabeza.

Mi amígdala se ha activado.

Ya está un poco mosqueada con el ambiente de película post apocalíptica del exterior.

Pero ver estantes y más estantes vacíos, y recorrer la lista de la compra y no encontrar lo que busco termina de ponerla cachonda.

Empieza a presionarme para que compre cosas que no necesito.

Ve un estante vacío, y lo que hay al lado de repente le parece muy atractivo y necesario.

“Lleva champú”

“Que no, ya tenemos”

“Mira, apenas queda papel de cocina, compra”

“No nos hace falta”

“Oye, ese estante de conservas da pena, pilla las que quedan”

“En casa hay de sobra”

Y así, un cosquilleo me recorre el estómago mientras mis ojos saltan alarmados de estante en estante, revisando todo lo que falta.

Y tratando de acarrear todo lo que queda.

¿Y por qué estoy siendo tan idiota?

Porque este tipo de situaciones generan mucha incertidumbre.

¿Qué pasará mañana, habrá comida en los estantes, seguirá lloviendo polvo, se agotará la gasolina y el aceite y la electricidad y moriremos todos?

Igual crees que pensar así es alarmista.

O extremista.

Lo es.

Pero así es como piensa (ehem) la amígdala.

Y es la que empieza a tomar el control cuando detecta señales en el entorno que causan cierto desasosiego.

Posiblemente así es cómo te hacen sentir los Tontos Alfa cuando paseas con tu perro.

A menudo ni siquiera hay que estar en un parque canino, te abordan igual por la calle.

A veces ni siquiera tu perro hace nada de particular, simplemente te ven y piensan “a por esa, la voy a deslumbrar con mi sapiencia”

Y lo que te deslumbra es tu propia incertidumbre al no saber qué decir ni qué hacer ni cómo rebatir sus (aparentemente) lógicos argumentos sobre lo que sea que tenga que ver con perros.

Bueno, al Tonto Alfa puedes contestarle lo que quieras.

Pero el antídoto contra la incertidumbre se llama conocimiento.

El conocimiento me ha impedido llenar mi carro hasta arriba de todo lo que se me pusiera a tiro.

Y puede hacer que dejes de sentirte mal cuando ciertas personas te dicen ciertas cosas.

El conocimiento es un antídoto contra la incertidumbre.

Y recibir un correo al día donde se habla de educación canina amable es una buena fuente de conocimiento.

El regalo de bienvenida también, por cierto.

Y lo consigues todo poniendo tu email aquí abajo

Dos maneras de no aprender a nadar

Y una que sí

 

Vale, a veces visualizar esto de las emociones y su influencia, el cómo entablar una relación con un perro, cómo forjar un vínculo, cuesta.

Pero resulta que a los seres humanos se nos da bien extrapolar de metáforas y otros recursos literarios.

A los perros, ni idea, habría que proponer un estudio.

Por ahora me centraré en personas.

A ver qué tal así.

Imagina que no sabes nadar.

Te apetece aprender, pero lo del agua en grandes cantidades te da un poco de miedo.

Así que pides ayuda a alguien a quien conoces, y en quien confías.

Le parece genial la idea, y te acompaña hasta el borde de la piscina.

Tú ya estás allí, mirando el agua con una mezcla de aprensión y entusiasmo, con los deditos de los pies agarrándose al borde.

Y mientras decides qué hacer o esperas algún consejo, esa persona que te acompaña te suelta:

Venga, al agua ya, deja de pensártelo, que a nadar se aprende tragando agua”.

Y te da un empujón.

Caes al agua de cualquier manera, y entre el pánico y la sorpresa, efectivamente tragas bastante agua antes de llegar a la escalera.

Y sales de allí bastante cabreada, de camino a un sitio que esté lejos de esa persona.

Y del borde de la piscina.

Para mí que no has aprendido a nadar.

Y lo mismo podrías haberte ahogado.

Un gran plan.

Eso sí, si hubieras conseguido nadar, seguro que a quien te empujó no le tendrías mucho cariño.

Desde luego, confianza en el futuro, cero.

También puede que esa persona se preocupe mucho por ti, y te cubra de flotadores, de modo que una vez en el agua flotas.

Flotas tan bien, que ni te molestas en esforzarte.

No mueves ni los brazos ni las piernas, no te merece la pena, total, no te hundes.

Pero tampoco aprendes a nadar.

Vale, sigues teniendo confianza en esa persona, pero no has avanzado gran cosa, solo estás pasando el rato en el agua.

Queda una tercera opción.

(Excluyendo la de “te empuja y luego salta tras de ti para hacerte aguadillas”, que alguno habrá)

Que esa persona te acompañe.

Que entre contigo en el agua cuando tú decidas que estás lista.

Que se quede a tu lado mientras pruebas, braceas, experimentas.

Te hundes, flotas, aprendes a respirar y a coordinarte.

Te acompaña en todo momento y espera a que estés preparada para afrontar el siguiente paso.

Sin meterte prisa ni menospreciar tu ritmo o tus posibles miedos.

Te deja ir haciendo, pero al mismo tiempo te apoya si ve que lo necesitas o se lo pides.

Actuar así es lento.

Puede ser desesperante, ya que mira, nadar es fácil, no veo el problema con esto.

Pero permite a la otra persona avanzar de modo seguro y con una base sólida.

Y lo más importante, genera una gran confianza en quien ayudó y estuvo ahí, sin presionar ni forzar.

Pues justo así es como funciona el día a día con un perro.

Especialmente con un perro con miedo o problemas para gestionar su entorno.

Cada día es un asomarse al borde de la piscina.

Y decidirse a entrar sabiendo que no flotas bien ni eres buen nadador.

El perro puede hacerlo solo, la verdad.

Pero como es un perro que vive en familia, mejor que lo haga acompañado.

Más seguro, más grato.

Y para tener claro la mejor manera de acompañar, ayudar y apoyar a tu perro sin empujarle a la piscina ni cubrirle de flotadores, igual necesitas ayuda.

La mía te puede servir.

Pues te apuntas a los correos diarios, y recibes cada día una historia o reflexión sobre convivencia con perros y educación canina amable.

A nadar no aprenderás, pero seguro que a comprender mejor a tu perro, sí.

Sabía callar en 7 idiomas

Diferencia entre objetivos y sistema

 

 

Te voy a contar una pequeña historia.

Una de esas de gente corriente que te llega al alma.

No está completa, porque la escuché en la radio y la pillé empezada.

Así que rellenaré algunos huecos.

Resulta que un hombre que había participado en una San Silvestre con su hijo estaba contando cómo les había ido.

El hombre corría con un niño pequeño.

El niño, su hijo, al parecer tenía algún problemilla.

Ya de más pequeño tenía algunas cosas diferentes.

El padre veía a los niños de la misma edad de otros, y se daba cuenta de que algo no encajaba.

Algo no iba bien con su hijo.

Así que fue a pedir ayuda, y tras las pertinentes pruebas, le anunciaron que sí, que su hijo era diferente.

Y que, entre otras cosas, probablemente nunca hablaría en su vida.

No se trataba de un problema físico (aquí llegué tarde para enterarme).

Puede que fuera autismo.

Puede que fuera otra cosa, no lo sé.

Pero el hombre, supongo que tras una larga y dolorosa lucha interior, tomó una decisión.

Una muy importante.

No iba a machacar a su hijo para que fuera como el resto.

No le presionaría para que hablase.

Ni le suplicaría o le sobornaría.

Ni le exigiría nada o condicionaría su atención o su amor para conseguir unas palabras.

No se pilló una pataleta ni dirigió todos sus esfuerzos a lograr que el chaval hablase.

Nada de eso.

Lo que hizo fue olvidarse del asunto.

Si no habla, pues no habla.

Sigue siendo mi hijo y es un gran niño y le quiero igual.

Así que en lugar de perseguir el objetivo “el niño tiene que hablar a toda costa”.

En plan, si no lo consigue no será normal, no encajará en este mundo, no logrará integrarse.

Decidió averiguar qué era lo que más le gustaba a su hijo.

Lo que más le motivaba y disfrutaba haciendo.

Y lo harían juntos, todos los días.

Compartiría con él momentos de calidad y situaciones donde el niño se sentía cómodo y feliz.

Y ya.

Ese era el sistema.

Sin objetivos ni finalidad, más allá de compartir y estar junto a su hijo.

Pues resultó que al niño le gustaba correr.

Y juntos corrieron.

Entrenaron y sumaron kilómetros juntos.

Y un día el padre le propuso correr una San Silvestre.

Se prepararon para el gran acontecimiento, juntos.

Y llegado el día, allí estaban, padre e hijo, dispuestos a pasar un gran momento, juntos.

Sin expectativas, sin importarles quién llegara primero o último.

Correr por correr y por compartir, sin mayores pretensiones.

Llegaron finalmente a meta, exhaustos y felices.

Y entonces el niño se volvió hacia su padre, le miró fijamente… y habló.

“¿A qué he corrido bien, papá?”

Solo dijo esas seis palabras, pero fueron suficientes.

El hombre contaba que entonces las piernas le cedieron, y se fue derecho al suelo.

Y allí, de rodillas, se puso a llorar como no había llorado en su vida.

No me extraña.

Yo estaba llorando solo de escucharle.

Pues este es el enfoque de la educación canina respetuosa: no imponer nuestros criterios y esforzarnos por conseguir lo que queremos o lo que se supone que debe ser normal.

Sino centrarnos en mirar por hacer feliz al perro y que se sienta seguro y confiado a nuestro lado.

El resto vendrá solo, cuando toque.

Si es lo que estás buscando, envío cada día un correo con reflexiones como ésta. Y te las estás perdiendo, a la de hoy ya no llegas.

Si quieres leer la de mañana, apúntate en el botón urgentemente.

Eso sí, te apuntes cuando te apuntes, tienes un regalo de bienvenida.

 

Si no haces lo que yo quiero…

Mamá dejará de quererte

 

Me preguntan que en qué consiste lo del adiestramiento cognitivo-emocional.

Que suena bien, claro, porque parece que suma en un solo concepto lo de pensar y lo de cómo se siente el perro.

Bueno, podría hacer una sesuda explicación donde cuento los detalles de la metodología, escuela, filosofía o como quieras llamarla.

Pero ya de entrada, si es adiestramiento, funcione como funcione y se use la terminología que se use, pues eso, es adiestramiento.

Es poner al perro bajo control (con comandos y órdenes).

Para el que quiera eso, está bien, todo en orden.

Para el que busque otra cosa, entonces da igual la etiqueta, no sirve.

“¿Pero por qué, si es de pensar, y tiene en cuenta las emociones del perro?”

Sí, lo sé.

De hecho, en este tipo de adiestramiento argumentan que el perro termina haciendo los ejercicios “porque te quiere”.

Y eso le suena bien a mucha gente, ya no parece que maltratas a tu perro con herramientas medievales, ni le sobornas con comida.

Pues malas noticias: todos los perros quieren a sus humanos.

Todos.

El tuyo te quiere a ti, el que vive en una jaulita en el jardín a quien le da de comer, y el que recibe una paliza diaria, pues a quien le pega.

Pero lo que tú le puedes dar a tu perro y los otros “prototipos” de cuidadores no, es la confianza y la seguridad a tu lado.

Eso no se consigue con comida, nunca.

Ni con juegos.

Ni informando al perro de lo que quieres, por muy amablemente que informes.

Otro punto importante en esta escuela es que remarcan que el reforzamiento social queda condicionado a la obediencia y ejecución de ejercicios elegidos por la persona.

Eso significa que el perro solo recibe atención social si hace lo que otro (en este caso tú) quiere.

Traducido: condicionas tu cariño y tus muestras de afecto a que tu perro se porte bien.

Si no haces lo que yo quiero, mamá dejará de quererte”

Qué triste.

Pero esa es mi manera de verlo.

Que igual está equivocada.

O igual todos tenemos razón, yo qué sé.

En el fondo creo que diferenciar escuelas en el mundo canino es bastante sencillo, se llamen como se llamen.

A) El cuidador busca que el perro haga lo que él quiere o deje de hacer lo que le molesta (y luego organiza distintos modos para lograrlo) = lograr el control sobre el otro.

B) El cuidador busca que su perro se sienta seguro y confiado a su lado, y que sea feliz = que forme parte de pleno derecho de su familia.

Cuando lo miras así, ya tienes muy claro qué tipo de escuela, filosofía, corriente o como queramos llamarlo, elegir.

Dentro de la A, hay muchos matices, y cada cual decide qué vale y qué no para lograr objetivos.

Y dentro de la B, pues también cada cual propondrá distintos matices, pero el objetivo es el bienestar del perro, no controlarle ni cambiar sus conductas ni pedirle que deje de ser perro porque a nosotros no nos gusta o no nos conviene que lo sea.

Yo ya trabajé muchos años del primer modo, pasando por distintas corrientes y escuelas, y descubrí que me limitaba mucho en la relación con los perros.

Además, era aburrido, estresante, frustrante, y hacía que me pasara la mayor parte del tiempo mirándome el ombligo

(Y esforzándome para que mi perro me mirase el ombligo. A veces no metafóricamente)

De paso, me impedía conocer qué es un perro realmente, y cómo ven el mundo y se relacionan con su entorno, entre otras muchas cosas maravillosas que me estaba perdiendo.

Tampoco podía aprender nada de los perros para ser mejor persona, solo aprendía cómo manipular y controlar mejor a los perros.

Así que me pasé a la segunda forma, y cada día doy gracias por ello.

Y por todo lo que vino después.

Así que, si necesitas de manera desesperada tener el control sobre tu perro, lógicamente no puedo ayudarte.

Pero si lo de aprender de él y con él, y compartir momentos a diario de complicidad y buen rollo te atrae, pues entonces lo que cuento en los correos que mando cada día a quien se suscribe te va a gustar.

Te apuntas por el botón, y empiezas a descubrir cosas maravillosas sobre los perros tú también

Y con regalo de bienvenida, y todo.

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