Un día, hace muchos años, iba a una tienda de fotos a recoger un carrete que había llevado a revelar.

Antes la gente tenía un chisme que solo servía para hacer fotos.

Solo para eso.

Y ni siquiera veías lo que hacías.

Las fotos se “grababan” en una tira de plástico larga, y luego en un sitio especial convertían ese trozo de plástico en fotos de papel.

Era raro.

E incómodo.

Si no sabías de fotografía, casi todas salían mal.

Pero no lo averiguabas hasta que las tenías en papel.

Un asco.

El caso es que suelo llevar a mis perros conmigo.

Y en aquel momento el que estaba en mi vida era Akela, un husky.

Akela, entre otros rasgos de personalidad, tenía uno que destacaba: era muy gruñón.

Así que le costaba hacer amigos.

Pero él se iba a saludar a todos los perros que veía.

Aunque a menudo el encuentro salía regular.

A nadie le gusta que le gruña un desconocido.

A un amigo se lo toleras, pero a un desconocido…..

Bueno, el caso es que íbamos por una calle bastante larga, cuando a lo lejos aparece un perro.

Lo llevaba una chica como yo, estatura media, delgada….

El perro no era como el mío.

Era unas tres veces el mío.

Un dogo alemán.

El arlequín, para más señas, que es el más grande de todos.

Yo a lo mío, y Akela medio tirando hacia el otro perro, para ir a saludar.

O a pelear, lo que primero pasara.

Conforme andábamos, el otro perro, que se veía pequeñito en la distancia, empezó a crecer.

Y creció.

Y creció.

Y siguió creciendo.

Akela empezó a ponerse nervioso y perdió cierto entusiasmo en su avance.

Y yo a lo mío.

Cuando el dogo estaba a unos 50 metros,  nosotros estábamos ya frente a la puerta de la tienda de fotos.

Así que le dije a Akela, “ya hemos llegado, vamos a entrar aquí”.

Akela decidió que era una gran idea, y poco menos que saltó dentro de la tienda.

Estuve allí un rato resolviendo lo de las fotos.

Y cuando fuimos a salir a la calle, Akela se me adelantó  un par de pasos.

Sacó la cabeza de la tienda.

Miró a la derecha.

Miró a la izquierda.

Y una vez se aseguró de que el perro gigante no estaba a la vista, salió a la calle dando un suspiro.

Y es que era gruñón pero no idiota.

A veces medidas tan sencillas como ésta pueden evitar muchos conflictos.

Y es que a menudo somos nosotros quienes metemos a nuestros perros en situaciones difíciles, y ellos luego las gestionan como buenamente pueden.

Que suele ser mal.

A mí entonces esto me salió de casualidad, pero para mi perro seguro que fue un salvavidas en ese instante.

Ahora soy consciente de esos momentos, y ayudo a mis perros a salir de ellos antes incluso de que se presenten.

Y me esfuerzo por no meterles en situaciones difíciles.

(Casi siempre lo consigo)

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