El «No informativo» lo carga el diablo

Recibo a menudo correos de personas que me cuentan lo que han hecho con sus perros para intentar resolver algún problema.

No les ha ido bien, o no les gusta lo que hacen, y me piden opinión.

En uno de esos correos, una chica me explicaba recientemente que para manejar ciertas conductas de su cachorro, el adiestrador (en positivo) le había dicho que tenía que utilizar el “no informativo”.

“No informativo”.

Suena genial, ¿qué porras querrá decir eso?

Yo me pongo a pensar en ello, y me imagino la escena tal que así:

Toby, rumiando el sofá con entusiasmo.

Persona: TOBY, NO, NO, NO

Toby: ¿Y eso a qué viene?

Persona: Es un “no informativo”

Toby: Aaaahh, bueno, pues bien, me doy por informado.

Y sigue rumiando el sofá.

¿Y ahora qué?

Pues ahora pueden ocurrir dos cosas:

A) Toby sigue con lo suyo y la persona se frustra un montón. Muy positivo.

B) La persona prosigue aplicando consejos de adiestrador y le da a Toby un buen toque, una rociada con un espray de agua, un calambrazo, un tirón con alguna correa larga unida a un collar de ahorque o cualquier otra idea de bombero que se le haya ocurrido al listo de turno.

Lo que viene siendo la colleja de toda la vida.

Mucho más positivo aun.

Con eso Toby aprende que cuando oiga un “no informativo”, le están informando de que después viene la hostia.

Y allá él con lo que hace con esa información.

Eso en mi pueblo se ha llamado de toda la vida “amenaza”.

La sueltas, y luego la cumples.

Y así la siguiente vez solo tienes que soltarla, y te harán caso.

Pero aprender, no se aprende mucho.

Lo que en realidad aprende Toby en ese contexto es que rumiar el sofá con una persona delante es peligroso.

Así que dejará de hacerlo si hay público.

Si los “noes informativos” se extienden a otras situaciones cotidianas, Toby aprenderá que esa persona es peligrosa.

Que es una amenaza.

Así que mejor alejarse de ella o defenderse de ella si se acerca demasiado.

Y luego la persona se quejará de que su perro le hace menos caso que a una maratón de documentales de la 2.

O que le gruñe o le muerde.

Yo soy más partidaria de proponer una conversación con el perro y aparcar la “positividad” camuflada.

La cosa quedaría entonces así:

Toby, rumiando alegremente el sofá.

Persona: Toby, perdona, escucha un momento, somos amigos, ¿verdad?

Toby: Sí, claro.

Persona: Bien, somos amigos desde hace 3 años, y vivimos juntos, ¿no?

Toby: Pues sí.

Persona: Vale. Pues el caso es que lo de que te comas el sofá me resulta bastante desagradable. No sé, es una manía mía, ya sabes, las personas tenemos nuestras manías, pero te agradecería que dejaras de hacerlo.

Toby: Aahhh. Ya. Vale, lo entiendo. Pero verás, es que tengo esta muela rota de aquí, ¿recuerdas?, la que me partí hace dos meses jugando con una piedra (vaaaale, lo reconozco, no fue una buena idea). Y es que me duele una jartá, y resulta que si rumio madera el dolor baja mucho y me siento mejor. Y claro, esto me lleva un tiempo, no es cuestión de un minuto, y para estar un buen rato rumiando, el sofá es el sitio más cómodo que tengo. Lo hago por eso. No es nada personal, no me estoy vengando de ti por nada ni te intento fastidiar de ninguna manera, ¿eh? Que somos colegas.

Y ahora es cuando la persona deja de pensar en el sofá y empieza a pensar en su perro.

Y pide cita con un veterinario odontólogo.

Toby va de mala gana, pero tampoco le dejan mucha opción, y dos días después deja de rumiar sofás y se encuentra de mucho mejor humor.

O también puede que le duela la cadera, y la persona busca a un veterinario traumatólogo que le ayude.

O la vida le supera y no se le ha ocurrido otro modo de relajarse que ese.

Y la persona busca a otra persona que le facilite una ayuda con eso.

Como por ejemplo la que te llega al buzón si te suscribes al blog.

Además de un correo diario con historias como ésta.

Si prefieres informarle a tu perro de los muchos «noes» que habrá en su vida cotidiana, entonces suscribirte no te servirá de nada, no lo hagas.

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