Con un perro con miedo a los niños

 

¿Te has dado cuenta de que hay personas que son muy invasivas?

Como seres sociales, tenemos un “espacio vital” que tendemos a proteger.

El espacio varía según tu personalidad y experiencias.

Y según quién lo invada.

Entre otras cuestiones.

Y hay distintas maneras de proteger ese espacio.

La más habitual es el alejamiento.

Si quieres poner incómodo a alguien, no tienes más que ir invadiendo su espacio mientras le hablas.

Otra manera es cubrirte.

Tu expresión corporal se cierra en banda para enviarle señales al otro que le dicen “no eres bienvenido, aléjate”

Esto no suele funcionar, creo.

La mayoría de la gente está ocupada mirándose el ombligo aun cuando esté hablando contigo, así que no ve tu comunicación corporal.

Pero bueno, estamos programados para actuar así, qué se le va a hacer.

Y otra forma es simplemente, pedirlo.

Decir en voz alta “que corra el aire, majo”

Y que el otro decida si se ofende o no.

Pero que se aparte.

Ahora se puede decir esto y no quedas ni mal.

Antes no.

Bien.

Pues ahora pensemos en perros.

Y en cómo la mayor parte de la humanidad siente que tiene derecho a invadir su espacio sin ningún miramiento.

Sin pedir permiso.

Sin detenerse cunado ven que el perro intenta alejarse.

Sin mirar ni responder a una comunicación corporal que dice “largo, no te acerques, no me toques, déjame en paz”

En serio.

Mira a tu alrededor y observa.

En los perros que te cruzas por la calle.

En los perros de vídeos y programas de tv.

En tu propio perro.

Así que el otro día, yendo a casa de mi padre, me crucé con 3 críos.

A Willow le dan miedo los niños.

Ya lo tiene prácticamente bajo control.

Pero yo sé que el miedo no es una enfermedad que se cure ni algo que se quite.

Solo se controla.

Así que siempre estoy pendiente por si necesita mi ayuda.

Casi nunca la necesita.

Mis chicos estaban sueltos, pues ya estábamos en la zona residencial privada, que tiene una valla estupenda alrededor.

Los niños venían gritando y corriendo.

Como buenos niños.

Que si mira un husky.

Que si qué guapos.

Que si vamos a tocarlos.

Que si corre no te quedes atrás o los perros desaparecerán en el aire y no te dará tiempo a tocarlos.

Al llegar a mi altura frenan en seco.

Se acuerdan de sus modales.

Me miran, sonriendo esperanzados.

“¿Muerden?” dice uno de ellos.

No

Respondo yo.

Les clavan los ojos sin terminar de saber qué hacer ahora.

Entonces el listo del grupo hace la pregunta crucial.

“¿Se pueden tocar?”

“Ah, esa es la pregunta correcta. A esas dos sí. Al husky se lo tenéis que preguntar

Enfrento la habitual mirada “qué clase de respuesta es esa”, que dura apenas un segundo.

Se lanzan sobre las galgas y las manosean a su gusto.

Ellas tan felices.

Uno se acerca a Willow y le pregunta.

Willow le dice que sí.

Le acaricia, alabando lo suave que es, lo grande que es, y lo guapo que es.

Willow sonríe de un modo peculiar en momentos así.

Creo que se felicita a sí mismo por lo bien que gestiona esos momentos.

O igual es una interpretación antropomórfica mía, no sé.

Entonces ocurre algo raro.

El niño que más grita le pregunta a Willow si le puede tocar.

Pone la voz de pito, y sus movimientos erráticos le dejan en evidencia.

Tiene miedo.

A Willow le dan más miedo los niños que tienen miedo.

Son poco predecibles.

Y quizá huelan a miedo y eso no mole.

Pero a este le responde que sí.

Se acerca a él lentamente.

Y se pone de costado, para que le acaricie.

El niño baja la mano, temeroso.

Roza la cabeza de Willow.

Y la retira rápido porque Willow se ha movido, apenas unos centímetros.

La secuencia se repite tres o cuatro veces.

Hasta que Willow me mira como diciendo

Igual esto se me está yendo de las manos

Para nada.

Pero nos vamos igual, que yo ya me canso de tanta voz aguda y tanto revoloteo.

Ha sido un momento curioso, este.

Willow ayudando a un niño con miedo a los perros.

A superar el miedo a los perros.

Pero lo importante aquí.

Lo que va a dejar un buen poso y una buena experiencia.

Es que al niño nadie le estaba obligando.

Nadie le empujaba hacia el perro.

Nada le impedía marcharse.

Nadie se burlaba de su miedo.

Nadie le sujetaba la mano y se la pasaba por encima del perro a la fuerza.

Nadie.

Él solo decidió tocar al perro.

Él optó por gestionar su miedo lo mejor que pudo.

Y eligió cómo hacerlo y durante cuánto tiempo.

Así es como realmente se mejora.

Así es cómo deberíamos hacerlo, para niños y para perros.

O mejor dicho, plantearlo.

Quienes deberían hacerlo (o no) son los directamente afectados.

Voluntariamente y contando con nuestro apoyo, pero solo si lo necesitan.

Así que si tu perro tiene miedos intensos que condiciona su vida.

Y la tuya.

Este podría ser el camino que mejor os vaya.

Puede no ser espectacular ni televisable ni raudo y veloz.

Pero es amable y seguro.

Y da resultados sólidos y duraderos en el tiempo.

Si no sabes cómo aplicarlo, puedo ayudarte.

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