La confianza es fundamental

 

Allá por el año 1244, un chaval llamado Tomás, noveno hijo de una familia noble, entró a formar parte de la orden de los dominicos.

Solo tenía 19 años, aunque para la época ya era una edad, y tenía claro su destino.

En el monasterio se dedicaban a muchas cosas cada día, interrumpidas de modo regular por oraciones y rezos.

Y cuentan que, en una de esas oraciones, estando Tomás reunido con otros compañeros de la orden, uno de ellos le observó ensimismado.

En lugar de atender al rezo, Tomás pensaba en sus cosas de chaval, o de no tan chaval, y se veía ausente y lejano.

Por gastar la broma, su colega de banco le dio un suave codazo, y le dijo:

Ey, Tomás, mira por la ventana, hay un burro volando”.

Tomás salió de su particular trance, y tras dos lentos parpadeos que le volvieron a conectar con la realidad, levantó la vista hacia la ventana.

Y observó con interés.

Su amigo entonces empezó a partirse de la risa, ante la ingenuidad de su compañero de oración.

Pero cómo eres tan cándido, hombre, no hay ningún burro que pueda volar”.

Y Tomás, sin mostrar ninguna sorpresa ni enfado, le respondió:

Porque antes prefiero pensar que los burros pueden volar, a que un dominico puede mentir”.

¡Zas épico en toda la boca!

Qué cachondo, el Tomás.

Pero resume muy bien algo fundamental en una convivencia: la confianza.

Confías en el otro, porque piensas que quiere lo mejor para ti. Y esperas que confíe en ti, porque quieres lo mejor para él.

Tan sencillo, y tan complicado.

Y, sin embargo, que levante la mano el que nunca le haya mentido a su perro.

(“Toma, Toby, mira qué cosa más rica tengo para ti” cuando no tienes nada, pero quieres que se acerque, cuenta)

O el que nunca le haya sobornado para conseguir algo que quería.

(El soborno necesario para maniobras molestas queda perdonado).

O el que le ha dicho “vuelvo en seguida, sé bueno” cuando sabe que tardará ocho horas.

No le damos importancia a estos detalles, pero van sumando.

Y van minando la confianza del perro en su cuidador.

En ti.

Igual lo haces porque crees que no hay otro modo.

O piensas que habrá otro modo, pero no tienes ni idea de cuál es.

Pues dos cosas.

La primera, y es una gran noticia, a los perros no les ofende la sinceridad.

De hecho, la llevan por bandera, y a menudo su aplastante y arrolladora capacidad para decirnos a la cara todo lo que piensan nos sobrepasa.

Así que no te cortes en decirle la verdad a tu perro, que él no espera otra cosa.

La segunda, que sí hay otro modo.

Y con lo que aprendes de educación canina amable y empática en los correos diarios, seguro que te vienen muchas ideas para hacerle un lavado de cara completo a la relación con tu perro.

Sin mentir, sin sobornar, sin chantajear a tu perro.

Y las mentiras, para los dominicos aburridos.

¿Que qué tienes que hacer para recibir esos correos? Apuntarte en este formulario.

Y con regalo de bienvenida. No te cuento cuál, te apuntas y lo averiguas

 

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