Cómo ser un escudo para tu perro

 

Te voy a contar una anécdota sobre caballos que le sucedió a un profesor del máster sobre etología al que asistí hace unos años.

Le pillé por banda en la pausa del café para poder preguntarle algo sobre caballos.

El temario iba solo de  perros y gatos, así que preguntar en clase no tenía mucho sentido.

Y fue cuando, aparte de darme la razón en la duda que le plantee, me contó esto.

<Mira, yo empecé hace muchos años con caballos. Ahora solo trabajo con perros y gatos, pero de aquella estaba cursando estudios en la Escuela (no recuerdo cuál en no recuerdo dónde de EEUU), donde se dedicaban a rehabilitar caballos con serios problemas de conducta. El primer día me enseñan las instalaciones, y la jefa me da un cepillo, me lleva a  los establos y me señala un box:

“¿Ves ese box de ahí?”

“Sí”

Se oían patadas y coces sobre la madera de las paredes, mientras un animal que parecía poseído por el diablo relinchaba y bufaba desde el interior.

“Pues en una semana tienes que estar cepillándole”>

…………

Jajajaja.

Yo le miraba pensando “menuda entrada para el novato, a ver cómo te las apañas”

Hay que tener en cuenta que al relacionarte con caballos, el cepillado no es un tema de estética o de quitar pelo muerto, es un ritual de acicalamiento que se permite entre animales muy próximos y suele ser recíproco.

Vamos, que tiene una función social y mucho sentido si eres un caballo.

El hombre me contó que fue trabajando con la yegua, se la ganó y pudo cepillarla.

Y con el tiempo, como la yegua mejoró mucho, la dejaron salir a los prados de la clínica para que estuviese con los demás caballos y pudiera disfrutar de movilidad.

Y de  paso desarrollar los patrones de conducta normales en un caballo, que es algo  importante para poder comportarte con normalidad.

<Unos meses después,  (me contaba), estaba yo en el prado cuando llegaron con un camión de donde descargaban un potro.

Uno de esos animales enloquecidos que se ponen constantemente de manos y sueltan patadas en todas direcciones, que a alguien le dará.

Y a los chicos que lo estaban bajando se les escapó.

El potro, una vez suelto, entre el miedo del traslado y los problemas que ya traía, fijó un objetivo.

Y optó por descargar sobre él toda la mala leche que llevaba dentro.

El objetivo que tenía más a mano era yo.

Así que se lanzó en mi dirección a galope tendido.

Y yo hice lo que se suele hacer en casos de acojono total: congelarme.

Me quedé allí como un idiota viendo venir a un animal de 400 kilos muy cabreado derecho hacia mí.

Y lo poco que acerté a pensar es “me mata”.

Pero no fui capaz de moverme.

Cuando ya lo tenía casi encima, otro caballo de los que estaba por el prado apareció también a galope, se cruzó delante de mí, y se detuvo.

Colocándose en perpendicular al potro.

Y deteniendo de inmediato su ataque.

El potro aun protesto un poco, pero se calmó.

Y yo sentí que volvía a nacer.

Era la yegua a la que ayudé nada más llegar>

Bueno.

A mí esta anécdota me dejó una huella importante.

Hay mucho que aprender de ella.

Aquí nadie intentó dominar a nadie.

Ni someter a nadie.

En ningún momento se penalizaron las manifestaciones de agresividad.

Ni se trataron de bloquear las “conductas inadecuadas”

Además hay una demostración de amistad muy clara.

«Me ayudaste cuando lo necesitaba, ahora yo te ayudo a ti»

Y a menudo lo que vale para caballos, vale para perros.

Quizá creas que tu perro a veces es como el potro de la anécdota.

Pero en realidad a menudo será más bien como la persona de la historia.

Aunque no se congele sino que intente pelear con el mundo entero.

Pero con esa conducta está pidiendo que un amigo le proteja de las amenazas.

Y ese amigo deberías ser tú.

Seguramente entonces se calme.

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