O una razón por la que el perro se escapa

 

Ayer di un paseo por el sitio al que voy cuando me toca llenar el congelador de comida para mis perros.

Hay una zona de senderos y mucho verde, y una parte urbana.

Willow prefiere la parte urbana porque hay contenedores.

Y si hay contenedores, siempre hay gente muy amable que deja la basura fuera para que él pueda comer.

Que parece que no se ha dado cuenta de que voy allí para comprarle comida a él.

En fin, que acabábamos de terminar la ronda de contenedores y volvíamos a la furgoneta, cuando nos cruzamos con Zar.

Zar es un magnífico braco de Weimar.

Es grande y poderoso y alegre.

Además, es un adolescente impulsivo y alocado.

Ah, y su humano es un señor de unos 80 años, lo menos.

Una pésima combinación.

Zar nos ve, y decide que tiene que saludar.

No es una opción, tiene que hacerlo.

Así que se dedica a intentar aproximarse.

Mientras tanto, su humano decide que no, y trata de arrastrarle en sentido opuesto, iniciando una pelea.

A todo esto, estamos en la acera de una calle de cuatro carriles, junto al paso de peatones.

Bueno, mis perros y yo estamos junto a los contenedores, Zar y su humano van por el paso de peatones.

Finalmente, Zar lanza un órdago a la grande, y rompe la correa.

Willow observa atentamente, yo observo atentamente, y Brianna se empieza a poner nerviosa.

No lleva bien los encuentros con perros alocados. Ni con correa.

Ni en zonas urbanas. Ni en general, del modo en que está ocurriendo todo.

Zar nos aborda saltando y brincando, mientras su humano contempla con desconcierto la correa colgando.

Yo me quedo quieta y espero.

No me voy a llevar otro perro a casa.

El hombre empieza a deshacerse en excusas.

Excusas por las que no deja relacionarse a su perro.

Excusas porque su perro nos haya abordado así.

Excusas porque no consigue recuperar el control que nunca tuvo.

La verdad es que no presto mucha atención.

Willow ha hecho su trabajo, y el adolescente alocado e impulsivo empieza a portarse como un perro prudente y receptivo.

Bien hecho.

Cuando terminan de saludarse, le toca el turno a Brianna

Va a ser que no, encanto.

La cubro mientras el hombre sigue peleando con su inservible correa, ya que el mosquetón ha reventado.

Yo me concentro en Brianna, y Willow se concentra en la bolsa de la compra que el hombre ha abandonado hace un buen rato en la acera.

El señor me alaba lo bien educados que están mis perros. Lo tranquilos que son.

Y no lo dice, pero leo entre líneas que también agradece que no le esté montando una buena bronca por el numerito que se ha liado en dos minutos.

Y porque me tenga allí “secuestrada” sin protestar mientras trata de atar a un perro con una correa inservible.

Un perro que, por cierto, no tiene ninguna intención de marcharse.

Hasta que alguien avisa de que el perro está robándole la compra al señor.

El perro que está detrás de mí, no.

El otro perro.

Willow ha sacado un paquete de un kilo de bizcochos recubiertos de azúcar, y se está poniendo las botas.

Genial.

Podríamos decir que los está robando, pero en realidad se los ha encontrado allí tirados.

Creo que es hora de marcharnos antes de que el hombre cambie de opinión sobre lo bueno que eres y lo bien educado que estás.

“Solo” le da tiempo a zamparse unos 200 gramos de bizcochos.

Bien, esta es nuestra anécdota del día.

Si nos olvidamos por un momento del asuntillo de los bizcochos, y nos fijamos en lo importante, lo que vemos es un perro que da “problemas”.

Es burro, es indisciplinado, es muy bruto, rompe las correas, arrastra a su humano, le ignora por completo, es testarudo.

A partir de ahí le lloverán los consejos sobre cómo reconducir al díscolo de su perro.

Pero resulta que la respuesta (y la solución) es mucho más sencilla.

Ese perro no tiene cubierta una necesidad esencial para él.

(Igual es más de una, pero yo solo estuve allí cinco minutos)

La de relación social con otros perros.

Estar con perros como Willow, no dos minutos, sino un buen rato cada día, paseando juntos, le enseñará mucho.

Le enseñará a no ser brusco, a no darle la espalda e ignorar al resto del grupo, a que existen unas normas sociales que conviene respetar (no por miedo, sino porque permiten que el grupo funcione).

Le enseñará a que la correa permite comunicarse con las personas (si están receptivas), y no es para arrastrarlas de un lado a otro.

Y que ser testarudo no está mal, pero que a veces es mejor ceder, que se puede negociar y llegar a acuerdos con los demás.

Todo eso puede enseñarle un perro a otro.

Todo eso y mucho más.

Tú no podrás enseñarle a un perro muchas de esas cosas.

Pero otras sí.

Y otras muchas te convendrá saberlas, aunque no sirvan para enseñarle nada a tu perro, porque sí son útiles para comprenderle y que entiendas por qué se porta como lo hace.

Pues de todo eso hablo en mis correos diarios, y puedes apuntarte en mi web.

 

error: Este contenido está protegido