Cómo hago para controlar a un perro grande

 

Crees que como tienes un perro grande y poca fuerza, no puedes controlarle.

Déjame que te cuente una pequeña historia.

Era domingo, el día que le puedo dedicar el 100% de mi tiempo y atención a mis perros y a mis amigos.

Que a menudo los confundo.

Teníamos un plan estupendo, nos pillamos unas canoas, y todos juntos, perros y personas, desembarcamos en la playa.

No era la de Normandía, pero eso da igual.

Y allí estábamos, dando una vuelta por la playa tras el desembarco, los perros corriendo, saltando y dándose baños todos felices.

Entonces una niña de unos seis años, no levantaría más de metro veinte del suelo, se aproximó a los perros.

Los observó un rato, con una sabia mezcla de prudencia y curiosidad, y decidió que quería jugar ella también.

Miró a su alrededor, encontró un palo, y debió de pensar “a los perros les gusta jugar con palos”.

Así que se hizo con el palo y se aproximó al grupo de peludos revoltosos.

Lo agitó en el aire con esperanza.

Y tras un breve momento, solo uno de los perros acudió al reclamo.

La miró expectante y sonriente.

“Lánzalo”, decía su cara.

La niña así lo hizo, y lanzó el palo todo lo lejos que pudo.

El perro salió disparado a buscarlo, lo recogió con su boca llena de dientes, y volvió junto a la niña.

Pero se quedó a algo más de un metro de distancia, sonriente y satisfecho, con el palo en la boca.

La niña tenía claro que si no podía recuperar el palo, el juego terminaba ahí.

Y tras meditar unos segundos sobre sus opciones, tomó una decisión.

Era evidente que no podría controlar aquel perrazo de 25 kilos.

También parecía obvio que intentar quitárselo sin más podría generar una respuesta defensiva, o dicho de otro modo, un mordisco.

Al fin y al cabo, el perro tenía el palo, y ella se lo había cedido.

Quitárselo no era una alternativa.

Yo no quitaba ojo.

Por un lado porque siempre hay que vigilar perros y niños jugando.

Por otro, me moría de curiosidad.

Un adulto ya habría EXIGIDO el palo.

Habría perseguido al perro para pelearse literalmente con él por un trozo de madera mojado.

Le habría regañado por no cederlo sin más, explicándole con todo lujo de detalles que el juego consiste en ir a buscar el palo, dejarlo a los pies del humano, y volver a correr tras él cuando el humano lo lanza de nuevo.

Como juego no suena divertido, la verdad.

Y las normas de los juegos con palo no están escritas en ninguna tablilla bíblica.

La niña evaluó sus opciones, y debió de concluir lo siguiente: usar la fuerza es una mala idea, porque no la tengo, y porque el juego deja de ser divertido.

¿Y qué tengo?.

Inteligencia y creatividad.

Pues a por ello.

Buscó otro palo por la zona.

Lo encontró, y volvió rápidamente junto al perro enseñándole el nuevo (y mucho más atractivo) palo.

El perro apenas necesitó dos segundos para acceder y soltar el palo antiguo.

La niña lanzó el nuevo palo.

Y recuperó el primero, ahora abandonado en la arena, mientras el perro corría y disfrutaba.

Ahora el juego estaba encarrilado, era divertido para ambos, y en ningún momento nadie se impuso a nadie, no se usó la fuerza para obligar al otro a hacer algo que no quería, ni se dictaron reglas inamovibles.

Tampoco nadie corrió ningún riesgo físico.

Un mundo ideal.

Y la realidad de nuestro día a día

 

Creo que esta historia por sí sola ya es muy reveladora.

Pero podemos hacer extensivo el contexto al manejo cotidiano de muchos dueños hacia sus perros.

La queja “es que es un perro muy fuerte, no puedo con él” es habitual.

Perros de 30 0 40 kilos que se manejan a base de fuerza, con dueños que pelean físicamente con ellos para controlarlos y lograr que se comporten según unas normas arbitrarias que el perro ni entiende ni conoce.

La derrota está servida.

Ninguno de esos dueños se ha planteado lograr la cooperación de su perro.

Ninguno ha pensado que tal vez, como a fuerza no pueden ganar, deberían intentarlo con la inteligencia y la imaginación.

Tampoco se han propuesto olvidarse de controlar el cuerpo de su perro para centrarse en su mente.

Si consigues que la mente de tu perro se ponga de tu lado, si le pides cooperación en lugar de pedirle que se ciña a normas porque sí, el cuerpo, con toda su fuerza y sus 40 kilos de peso irá detrás.

Y ya no importará cuán fuerte sea tu perro, porque a inteligencia no debería ganarte.

Como explica Suzanne Clothier en su artículo “¿Cuánto pesa la cooperación de tu perro?” el argumento del peso y fuerza de nuestro perro se cae solo.

Lo compara con nuestra actitud cuando le pedimos algo a una persona.

Nadie se preocupa del peso del vecino o de un amigo o de un cliente cuando pedimos algo.

Solo nos preocupamos por ser convincentes y amables en nuestra petición.

Plantéate entonces un manejo similar con tu perro, y seguro que su peso y fuerza dejan de ser un factor relevante.

Ofrécele alternativas atractivas a su conducta, como hizo la niña al ofrecer un palo nuevo para lograr que soltara el antiguo.

Cambia en tu cabeza la idea “¿cómo hago para que mi perro haga tal cosa?” por “¿cómo puedo convencerle de que hacer tal cosa es interesante para él?”.

Y verás qué cambio, 🙂

 

La idea es seductora, verdad?

Una relación cooperativa, un mundo de juegos, piruletas y arcoiris, todos saltando y brincando felices..

¿No te lo crees?

Pues es posible.

Y más sencillo de lo que piensas.

Fácil no.

Pero sí sencillo.

Yo al menos sé hacerlo sencillo.

Si quieres te cuento cómo.

 

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