Hay perros que no quieren que les toquen

 

No sé si lo sabías, pero he pasado unos cuantos años viviendo en León.

Mientras estudiaba la carrera y eso.

Y la mayor parte del tiempo vivía casi en las afueras.

Lo cual molaba porque tenía perro pero no coche.

Solo con caminar unos minutos, estaba en el campo.

Y podía dar paseos estupendos junto al río o subiendo por un pinar hasta una zona donde se veía una panorámica de toda la ciudad.

Estaba bien, aquello.

El caso es que en uno de los campos por los que pasaba alguien abandonó un cachorro de podenco.

El cachorro era tan miedoso que los que intentaron cogerlo fracasaron.

Así que allí se quedó.

Había gente que le bajaba comida, y en el campo tenía zonas donde refugiarse para dormir.

Vivió muchos años allí.

Y durante muchos años me acompañó en mis paseos junto con mis perros.

Cuando pasábamos por delante del campo en el que vivía, yo silbaba.

Si estaba allí venía todo feliz a saludarnos y se unía a nosotros.

Y casi siempre estaba.

Una vez de vuelta, él se “descolgaba” cuando pasábamos por el campo donde vivía, y mis perros y yo seguíamos hasta casa.

Una vez le comenté a una amiga que me acompañó que me resultaba muy agradable pasear a un perro del que no tenía que preocuparme en absoluto.

Se cuidaba muy bien él solo.

El caso es que un día paso por allí, silbo y viene a verme.

Salta sobre mí y da vueltas y gemiditos de emoción.

Y entonces aparece una señora que va detrás de él.

Con una cacerola en la mano.

“Oye, niña, cuéntame, ¿cómo lo has hecho?”

“¿El qué?”

“Pues mira, llevo meses bajándole comida al perro, y hasta ahora nunca me ha dejado que le toque. Pero llegas tú y puedes tocarle sin problemas, ¿cómo lo has conseguido?”

Bueno.

Yo nunca le di de comer.

Estaba ya de buen año, la verdad, no pasaba hambre.

Pero en  lo que la señora no se fijo es que tampoco intenté tocarle jamás.

Porque nunca me lo pidió.

Estaba interpretando la situación del revés y así se lo dije.

En realidad no estoy tocando al perro. Es él quien me toca a mí. Yo nunca he tratado de ponerle una mano encima

Es un matiz importante, este.

Creo que aquel perro y yo éramos amigos.

O al menos teníamos un buen vínculo.

Sin usar comida.

Sin órdenes ni trucos de feria.

Por descontado, sin correa ni control constante.

Gracias a compartir buenos ratos dando paseos.

Y gracias también a que en todo momento respeté su deseo de no ser acariciado.

Y de no invadirle el espacio.

Muchos perros necesitan justo esto.

Y les damos todo lo contrario.

Y cuando protestan para explicarlo (gruñen, ladra, muerden), la persona cree que es un perro que necesita educación para que acepte lo que otras personas consideran que debe aceptar.

En lugar de preguntarle al perro qué necesita para sentirse a gusto, a salvo y seguro.

Y que así no tenga que protestar.

Entonces es cuando se entra en un camino equivocado.

Uno lleno de baches, decepciones, ansiedad y frustración.

El camino del “debes encajar”.

Yo ya fui por ese camino y no va a ninguna parte, en serio.

Hay otros caminos mucho mejores.

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Y así te olvidas de las decepciones, la ansiedad y la frustración.

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