Cómo conseguir que tu perro te respete

Cuando iba al instituto había un profe que se llamaba Garmendia.

Bueno, ese era su apellido, había que llamarle así.

Tenía fama de ser un hueso, un tío muy  duro e inflexible.  

Era oír su nombre y todos los alumnos temblaban.

Incluso los que no le conocíamos de nada.

Sobre todo los que no le conocíamos de nada.

Un año, cuando yo hacía 16, me tocó Garmendia como profesor.

Impartía Historia.

Ya sabes.

Esa asignatura donde se empeñan en empezar cada año en la cueva de Altamira y luego nunca pasan de la Edad de Oro.

Y al año siguiente, vuelta a empezar.

Y te sueltan un rollo de tooooodo lo que pasó en ese tiempo, tú te lo aprendes sin preguntar (no hay nada que preguntar, lo que pasó pasó, ¿qué dudas puede generar eso?), y luego en el examen lo escupes, y ya.

Así que es una asignatura sencilla: empollas, memorizas, apruebas.

Ya está.

Super divertido.

Pues el señor Garmendia dejó las normas claras el primer día:

Yo funciono así, esto es lo que doy, y esto es lo que espero de vosotros.

No respiraban ni las moscas.

El resto de compañeros de otras aulas nos compadecían.

Haaala, que super chungo, tía, os ha tocado el profesor Garmendia

Pues vale.

Así que el señor Garmendia empezó a darnos clases de Historia.

Y una de las cosas que nos dejó clara el primer día, aunque nos extrañó a todos un poco, es que eso de memorizar y escupir no iba con él.

Que no quería que memorizáramos nada.

Bueno, alguna que otra fecha, pero eso no nos supondría esfuerzo.

Quería que entendiéramos la Historia.

Que solo entendiendo de dónde venimos, podemos saber a dónde vamos.

Así.

Tal cual.

Flipante.

¿Y eso cómo va?

Lo de entender la Historia, vaya.

De eso se ocupaba él.

Eso ya no suena tan mal.

Pues fue exactamente lo que hizo.

Empezó en las cuevas de Altamira, sí.

Pero no se entretuvo mucho.

“ Al fin y al cabo, habéis visto esto tantas veces que podéis dibujar los bisontes con los ojos cerrados”.

Luego siguió recorriendo cada siglo, contándonos porqué pasó esto y aquello, porqué se peleaban todos, porqué pasaba tal y cuál cosa y cuál era la influencia que todo aquello tiene a día de hoy.

Es decir, cada día nos contaba una batallita.

Pero bien, no en plan “qué rollo el abuelo con sus batallitas”

(Garmendia ya tenía una edad).

Así que sus clases molaban un montón.

Pero mucho.

No te aburrías, e incluso te preguntabas porqué nadie te había contado la Historia así antes.

Era serio y no admitía parloteos en su aula, pero oye, si no te aburres, no necesitas parlotear con el de al lado.

Prefieres escuchar.

Así que tampoco era tan duro.

En los exámenes también cumplía: preguntaba porqués y daba poco espacio para contestar.

Si le escupías un rollo, suspendías.

Casi nadie escupía rollos.

Solo respondías lo que habías entendido.

¿Resultado?

Hasta el más “vago” y “dejado” de la clase, que siempre lo suspendía todo, aprobó.

Y con un seis y medio, no vayas a pensar.

Y el señor Garmendia no te daba algo que no te merecieras.

Bueno.

Ya te he ubicado.

Pues en una ocasión nos estaba contando una batalla de Napoleón de cuando nos tomó el pelo diciendo que le dejáramos pasar que iba un momentito a Portugal a resolver unos asuntos.

Y nosotros le dejamos pasar.

Y el tío jeta se quedó aquí.

 Y puso de rey a su hermano, ya que estaba.

Y entonces sonó el timbre en mitad de la historia.

Todos nos quedamos muy quietos, en silencio, mirando al señor Garmendia.

Y él nos dijo, “bueno, pues entonces ya terminamos otro día”.

…………

No nos gustó esa idea.

Le pedimos que terminase.

Me quedan como unos diez minutos, ¿seguro que queréis que siga?

Unanimidad total.

Terminó la batallita.

Salimos tranquilamente al recreo.

Los demás compañeros miraban hacia la puerta de nuestra aula con preocupación, sabiendo que estábamos con el terrorífico señor Garmendia.

Al vernos salir charlando y riendo, se extrañaron.

Al preguntarnos si nos había castigado por algo, y contestar nosotros que no, se extrañaron aun más.

“¿Pues entonces que ha pasado, porqué salís tan tarde?

Si te acuerdas de esta época, el recreo era sagrado.

Ah, porque nosotros se lo hemos pedido, queríamos terminar la clase.

Ooooohhhhh.

Aquello fue épico.

Solo los 40 alumnos que estuvimos allí lo entendíamos.

Bueno, y el señor Garmendia.

Y esto mismo es lo que ocurre con los perros.

Puedes ser un muermo que aburre a los calamares y tu perro se pasará el tiempo charlando con sus colegas y pasando de ti y evitándote.

O puedes ser una persona de lo más interesante, tanto, que tu perro prefiera estar a tu lado (la mayor parte del tiempo) sin que tú tengas ni que esforzarte para lograrlo.

Si se puede conseguir con adolescentes de 16 años en una clase de Historia, se puede conseguir con perros.

Sin amenazas ni castigos.

Sin “imponerse” ni demostrar quién manda.

Sin sobornos ni engaños.

Si te gustaría saber cómo, lo cuento en mi servicio de asesoría.

No es para los que prefieran seguir siendo el clásico profe amargado que suelta su rollo y está convencido de que el alumno hará su parte “porque así es como debe ser”.

Solo si quieres ser como Garmendia.

Dale al botón, y empieza con la guía que recibirás entonces.

Y luego te vas leyendo los correos que envío, solo para quienes están suscritos.

Después ya vamos viendo.

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