Y no tiene nada que ver con lo que te han contado

 

Hay que fastidiarse.

Veo el juego de trileros que muchos “profesionales” están montando a la hora de usar conceptos.

Y la verdad es que me enciende un poco.

Como comerciales, un 10.

Entienden lo que mucha gente busca y espera.

Y se lo ofrecen.

Pero solo ofrecen el barniz.

Cuando rascas un poco, lo que sale ya da bastante miedo.

Pero si te dejaran ver el interior desde el principio, pues no querrías saber nada más.

Ahora toca el tema respeto.

Qué hay que hacer para que tu perro te respete.

Que si demostrarle quién manda.

Que si asegurarte de que vea que tú provees.

Que si controlar toda su vida para que tenga claro que depende de ti.

(Claro que sí, guapi, tomemos a los perros por perfectos hinveciles que no se han dado cuenta de ese detalle)

Que si gestionar sus recursos para que sepa que si no te obedece, bueno, pues no los tendrá.

Y así una larga argumentación con razonamientos cada vez más delirantes y absurdos.

Lo que me queda claro es que las personas que afirman esto:

A- Tienen más cara que un oso hormiguero.

B- No tienen ni la más mínima idea de lo que significa e implica el concepto respeto.

Porque básicamente todo.

Todo.

Absolutamente todo lo que proponen.

De modo más evidente o más solapado.

Sirve para producir miedo.

Miedo con dolor.

Miedo con dependencia.

Miedo con emociones desbocadas.

Miedo por la supervivencia.

Miedo, con sus cinco letras.

No hay más.

El respeto, ni se le ve ni se le espera.

Porque el respeto te lo ganas con acciones y estando ahí cuando te necesitan.

No hay más misterio.

Un rollo.

Lento.

Algo azaroso.

Precisa de temple y coherencia.

Pero es así como funciona.

Un ejemplo.

Leí hace años sobre un tipo que pilotaba helicópteros.

Al parecer, decía que adoraba su trabajo.

Y que encima le pagaban por hacerlo.

Ole por él.

Su principal tarea consistía en acosar y perseguir las fuera bordas que llevaban fardos de droga en las aguas próximas a Gibraltar.

De día y de noche.

Sobre todo, de noche.

Parece que pegaba los patines del helicóptero a la embarcación.

Rozando casi el agua con la panza del aparato.

Siguiendo los quiebros y virajes de la embarcación.

Como lebrel hábil se pega a la liebre.

Hasta que distraídos y confusos, deslumbrados por la luz del helicóptero, simplemente eran atrapados por la guardia costera.

Que acudía en lanchas a rematar la faena.

Este hombre visitaba los mismos bares que aquellos a quienes perseguía.

Y como no bebía alcohol, pedía un vaso de leche, sin pestañear.

Nadie se burlaba.

Nadie le acosaba ni le molestaba.

Le abrían paso cuando llegaba al bar.

Algunos murmuraban por lo bajo sobre alguna persecución que habían sufrido.

Otros le saludaban como si fueran buenos amigos.

Aunque estaban en bandos contrarios.

Todos, absolutamente todos, le respetaban.

Se lo ganó.

Con sus acciones y su constancia.

Aunque les estuviese haciendo la puñeta y jodiendo el negocio.

Y de eso va el respeto.

De admirar a otro que se ha ganado esa admiración.

No de meter miedo.

No de dominar a nadie.

No de demostrar que tienes al otro en tu puño.

No de generar dependencia.

No va de nada de eso.

¿Y sabes otra cosa?

Cuando te ganas el respeto de tu perro.

(Y eso puede llevar un tiempo, lo cual no mola en la era de “lo quiero para ayer”)

El resto viene solo.

La obediencia.

El que ciertas conductas que te amargan la vida desaparezcan.

Lo mismo el problema de quedarse solo no era tal, y desaparece cuando aparece el respeto.

Igual lo de ladrar a los desconocidos no se debe a que los desconocidos sean un problema, y deja de pasar cuando aparece el respeto.

Quizá lo de destrozar todo lo que pilla deja de ocurrir cuando aparece el respeto.

Eso sí, algo que es imprescindible en este proceso es la reciprocidad.

Tu perro nunca podrá respetarte si no cumples esto.

Debes respetarle tú primero.

¿Qué cómo se aplica todo esto?

No es tan fácil como lo de chistar, tirar de la correa, apretar un botón, dejarle 3 días sin comer o meterle en una jaula.

No lo es.

Así que igual necesitas ayuda.

Puedes ir obteniendo algo de ayuda, de la que hace pensar, como este escrito, en los correos que envío a diario.

¿A quienes?

A quienes se han suscrito porque quieren recibirlos. 

Y leerlos, para que llenen tu buzón y nunca los abras, mejor pasa del asunto, cierra la pestaña del navegador, y sigue con tu vida.

 

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