O igual no. Pero da lo mismo

 

¿Te llama la atención lo de ser “el líder de la manada”?

Pues te cuento algo para que pienses en ello.

Una amiga me ha hecho una foto durante un paseo.

Es una foto muy graciosa, creo yo.

Al menos nos reímos cuando la hizo.

Soy yo haciendo de encantadora de perros.

Se ve mi colección de perros subyugados.

Sometidos.

Dominados.

Bien educados.

Caminan mansamente detrás de mí.

Como debe ser.

Me siguen.

Como debe ser.

Ninguno me chista ni se me sube a las barbas.

Como debe ser.

Y la que va justo detrás de mí es Jimena.

La peor de todos.

La que nunca me hace ni caso.

La que no viene cuando la llamo.

Y eso que la llamo poco.

La que me mira como si no me conociese de nada.

(Igual le doy vergüenza ajena, jajajajaja)

La que estaba en un estado de indefensión aprendida y era como un títere sin vida.

Y ahora tiene tanta que sabe que puede hacer lo que quiera, que no habrá consecuencias (negativas) ni represalias.

Detrás va un husky.

Luego dos galgos.

Y cierra otro husky.

Todos bien colocaditos.

Creo que usaré esa imagen como foto de perfil en redes sociales.

Para venderme mejor o algo.

Jajajajaja.

Pero espera.

Si me fijo bien, algo no encaja en esta foto.

Los perros miran a la cámara.

Y sonríen.

Igual es algún chiste que tienen entre ellos.

Vamos a seguir a la humana todos juntos para que la pobre gane un poco de autoestima

O igual es que la foto no es lo que parece.

Los perros que veo en fotos o vídeos donde se demuestra que están bajo control.

O que son sumisos.

O cualquier otro discurso que lleve implícita la abolición de la voluntad del perro.

Y la inhibición de sus conductas para que demuestren que están bien educado.

No tienen este aspecto.

No miran a la cámara.

No sonríen.

Solo ponen una pata delante de otra.

Con la mirada vacía.

Los ojos vidriosos.

El cuerpo sin expresión.

No prestan atención a lo que ocurre a su alrededor.

Y por eso no responden ante ningún estímulo.

Ni bien ni mal.

No responden.

Porque están muertos en vida.

Porque están rotos por dentro.

Y tú no sé.

Pero yo no quiero eso para mis amigos.

No lo quiero para ningún perro de este mundo.

Jimena era así cuando llegó a mi vida.

Y mis esfuerzos se dirigieron justo en sentido contrario.

A despertarla.

A recomponer sus pedazos.

A que fuera ella misma.

Con todas las consecuencias.

Incluida la de mirarme con condescendencia cuando la llamo.

Y eso que la llamo poco.

Así que si lo que más deseas con todas tus fuerzas es un “perro bueno”.

Uno que no dé problemas.

Uno que apenas se note que está ahí.

Que tengas que mirarlo dos veces para saber si aún respira.

Uno que, simplemente, “no hace nada”.

Entonces es mejor que, de corazón, te des de baja y no recibas más estos correos.

Pero si te gustaría conocer a tu amigo, al de verdad.

Al perro que puede llegar a ser ese perro con el que compartes la vida.

Si quieres entenderle.

Respetarle.

Reírte con sus gamberradas.

Asombrarte con algunas de sus brillantes ideas.

Deleitarte con sus juegos tontos.

O no tan tontos.

Descubrir sus habilidades y sus gustos.

Y sí, a veces enfadarte por alguna de sus desagradables costumbres

(Por otra parte, casi seguro normales en la especie).

Entonces sí puedes contar conmigo para conseguirlo.

Y si quieres saber a qué correos me refiero en las líneas de arriba, pues que sepas que son los que envío a mis suscriptores. Uno al día. Para pensar, aprender o darte vergüenza ajena. Lo que me salga ese día.

En el botón.

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