Y ya no hay vuelta atrás

 

Pues eso.

Que al perro que vive en nuestra casa casi siempre le hemos elegido nosotros.

Y a veces pues el azar se pone de nuestro lado, y todo encaja.

Pero otras veces Murphy viene a recordarnos que qué hay de lo suyo, y todo lo que se puede torcer, se tuerce.

En muchas ocasiones el error es al elegir la raza.

Hay demasiadas expectativas, falsas ideas y engaños sociales que llevan a escoger un perfil de perro que no se adapta para nada a ti.

Pero mira, eso, cuando lo he trabajado, suele tener arreglo.

No cambiando al perro, claro.

Sino entendiendo lo que necesita y lo que le falta, y cómo es realmente la raza elegida, mas allá de su bonita estampa.

Hoy quería hablar de otro error de elección.

Uno que es muy difícil ver venir.

Porque no se puede detectar desde fuera.

No va asociado normalmente al aspecto físico del perro.

Se trata de su personalidad.

De la suma de su genética individual, sus experiencias antes de llegar a tu vida, y otros factores sobre los que no tienes ni conocimiento ni posibilidad de cambio.

Dos ejemplos que me encuentro a menudo.

Eres una persona discreta.

Algo tímida a veces.

Llamar la atención te genera una gran ansiedad.

En tus relaciones sociales cotidianas dedicas gran energía a no molestar a nadie.

A pasar desapercibida.

A que nadie se fije en ti.

Y tu mejor amigo, que pesa 35 kilos, ladra durante todo el paseo a cualquier cosa con la que se cruza.

Y si no se cruza con nadie, pues da igual, le ladra a las hojas de los árboles.

Y se le oye desde Suiza, por lo menos.

Así que todo dios te mira.

Y te ven venir varios minutos antes de que pases por los sitios.

Por descontado, murmuran sobre ti en cuanto pasas.

Menos algunos, que te dicen las cosas a la cara, muy amables ellos.

Como si fuera asunto suyo.

Qué mal.

Y luego está el extremo contrario.

Eres una tía extrovertida.

Te encanta relacionarte con la gente.

Con toda la gente.

En cuanto alguien te pregunta la hora, ya tienes una buena excusa para entablar una conversación.

Te sabes la vida de medio vecindario, y te interesas por sus amistades, su familia, su salud y su trabajo.

Todo el mundo te saluda por la calle, y tú les devuelves el saludo con una gran sonrisa.

El tiempo vuela cuando encuentras a alguien que te da conversación.

Para ti es importante establecer una red de contactos amplia y variada.

Te hace sentir viva.

Pero resulta que tu perro no comparte tu afición.

No le gusta salir de paseo.

No soporta estar parado más de un minuto en ninguna parte.

En el parque canino solo se dedica a hacer ruido y meterse en líos.

Lo que genera rechazo por parte de los demás cuidadores.

Por la calle más de una vez le has tenido que llevar a rastras.

Literalmente.

Porque lo de caminar no va con él.

Y tú te desesperas porque lo que querías precisamente de un perro es poder compartir tus salidas sociales.

Bien.

No sé si alguna de esas dos situaciones te refleja a ti.

O a tu perro.

Pero es una situación muy complicada de resolver.

Porque son perros cuyas personalidades (y necesidades asociadas) son totalmente antagónicas de las de sus cuidadores.

El perro no puede cambiar de personalidad.

Y la persona, pues tampoco.

Una solución es buscarle una nueva familia al perro.

Donde encaje mejor.

Pero no es una idea muy seductora, claro.

Otra es obligar al perro a que ceda y se amolde.

Pero suele ser mala idea.

O le rompemos, o lograremos un efecto rebote que empeorará las conductas que tratamos de bloquear.

Mala cosa.

Y otra solución es ceder nosotros.

Hasta cierto punto, claro.

No hablo de que cambies de personalidad por tu perro.

(Seguramente no puedas, aunque quieras)

Sino de que adaptes ciertas costumbres y manejos a lo que tu perro necesita.

Y busques un punto de encuentro donde los dos estéis cómodos.

Y después, cada cual con su personalidad, sin mayores conflictos.

Si te interesa esta última opción, es la que puedo ofrecerte.

Las otras dos, pues no, claro.

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Si solo pasabas por aquí y estás esperando tu turno en el dentista, entonces igual, no, claro.

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