Tu perro es hiperactivo porque tú eres hiperactiva

 

Amanece, y el perro sin nombre se levanta lentamente.

Se despereza, se estira a conciencia, y sacude el cuerpo.

Empieza a caminar pausadamente por la calle, oliendo las esquinas, parándose en algunos árboles y en alguna farola.

Vuelve atrás y repasa un banco de madera.

Luego continua a un trote suave calle abajo.

Cuatro manzanas después encuentra a su amigo, se saludan moviendo el rabo y juntando las trufas, y se van a recorrer unas calles más.

En silencio, deteniéndose cada poco, juntos pero sin entrometerse en lo que hace el otro.

Paran en una tienda donde suelen ofrecerles comida y agua.

Después llegan a una plaza peatonal, y tras detenerse y echar un vistazo a su alrededor, se colocan en el centro.

Allí el sol pega durante horas, y calienta las enormes baldosas grises de pizarra.

Se tumban uno junto al otro, y allí se quedan, viendo pasar a la gente rápidamente de un lado a otro.

Y también a algunos perros, arrastrados rápidamente de un lado a otro.

Ellos solo observan cómo todo se mueve deprisa a su alrededor.

Miran hasta que se aburren de mirar, y entonces simplemente se duermen.

 

 

Marta se levanta sobresaltada.

Aun no ha amanecido pero ya llega tarde a trabajar.

No ha oído el despertador.

Se viste apresurada, se asea como puede, y se olvida del desayuno, aunque su estómago proteste un poco por lo vacío que está.

No tiene tiempo.

Llega a la calle, y se pelea un rato con la cerradura de su coche, que finalmente abre.

Le cuesta arrancar, pero arranca.

Y bruscamente se incorpora al tráfico matinal.

Que es atroz.

Todos corriendo, todos en la misma dirección, todos molestos e irritados.

Llega al trabajo casi jadeando.

Marta, llegas tarde.

Donde está el informe, tenía que estar listo ya.

Ese es su saludo de todos los días.

Se va a su cubículo a preparar el informe que debía estar listo ya.

Entre tanto dos compañeros le meten prisa, que si cuándo tendrás listo eso que te pedí, que para cuándo estará lo de más allá que me tenías que dar.

Marta está agobiada, como todos los días.

Siempre va tarde.

Siempre va justa de tiempo.

Siempre la están presionando para que vaya más deprisa.

A media mañana se levanta para tomar un café.

Es ya el cuarto del día, aunque le da igual, sigue cansada.

Se acerca a la ventana a echar un vistazo.

Y se fija en la plaza.

Hay dos perros tumbados.

Durmiendo.

Plácidamente, estirados al sol, sobre las baldosas de pizarra caliente.

Tranquilos

Serenos

En paz con el mundo.

Y por un instante, se siente mejor.

Uno de  los motivos por lo que tenemos perros en nuestras casas es para conectar con la naturaleza.

Esa naturaleza a la que de un modo más o menos consciente hemos dado la espalda y echamos de menos.

Con un perro a nuestro lado, sentimos que conectamos más con la tierra.

Con lo que fuimos hace muchos muchos años.

Y sin embargo, mucha gente no se deja contagiar por la calma de su perro.

Por la naturaleza que transmite.

Y le arrastra sin darse cuenta a su mundo de caos, velocidad y prisa.

Pero los perros se resisten a aceptar eso.

Se rebelan porque no quieren perder el contacto con sus raíces.

No quieren dejar atrás su naturaleza.

No desean contagiarse de nuestras prisas y nuestros agobios.

Y ahí tenemos una fuente de problemas habituales de comportamiento.

El perro alejado de su naturaleza, y arrastrado a la nuestra.

Forzado a seguir nuestro ritmo a toda velocidad hacia ninguna parte.

Y ladra porque no entiende nada.

Y gruñe porque no desea correr a todas horas.

Y muerde porque ve amenaza su propia existencia.

Y cuando pierde y “sube al barco”, entonces se convierte en un reflejo del mundo en el que lo hemos obligado a vivir.

No duerme bien.

No es capaz de desconectar ni un minuto.

No puede estarse quieto un momento.

Jadea, se mueve, corre, ladra, salta, da vueltas, vuelve a saltar.

Embiste, ladra de nuevo, mordisquea objetos, mordisquea personas, apabulla a otros perros.

Ya es como nosotros.

Y él solo quiere ser un perro.

Y encima cuando le miramos, no nos gusta lo que vemos.

Cuando en realidad nos estamos viendo a nosotros mismos.

Y si esta reflexión te ha dado qué pensar, que sepas que mando una al día a quienes se apuntan al blog.

Entrar es gratis, salir es gratis,  y quedarse también es gratis.

Le das al botón, y las tienes, una al día.

Si te ha parecido una idiotez, tu impresión no cambiará cuando leas más, así que mejor no te apuntes.

error: Este contenido está protegido