No sé si lo sabrás, pero he convivido con  huskies siberianos durante muchos años.

Pero muchos.

Más de veinte y menos de treinta, 🙂

El caso es que en mi faceta de “participar y aprender de cualquier cosa relacionada con el mundo del perro”, el mushing ocupó durante 20 años un lugar destacado.

El mushing es el deporte que se practica con perros de trineo.

Y como cualquiera que haya visto alguna película de Walt Disney sabe, el husky es el perro de trineo por excelencia.

Así que es lo natural, ¿no?

De vez en cuando participaba en competiciones.

No por ganar y llevarme una copa de latón, que a mis perros no les dice gran cosa y a mí tampoco.

Era más bien por la experiencia, por disponer de un circuito preparado.

Y por conocer a más gente y más perros.

Pues un año estábamos mis perros y yo en la Travesía de Los Monegros (que por si no te suena, es un desierto aragonés).

Es un sitio fantástico.

La gente muy hospitalaria.

Y ni siquiera les parecía raro lo que hacíamos.

En realidad a esa gente no les parece raro nada.

El ambiente y las personas que organizaban la Travesía, también muy recomendables.

Por eso fui durante muchos años, sin falta.

El caso es que es una travesía sin chorradas.

Nada de marcarte el camino.

Ni de ayudarte si te rompes una uña.

Te sueltan por el desierto con tus perros, lo que seas capaz de cargar y un libro de ruta, y ahí te las compongas.

30 kilómetros diarios de pista, y gana el que llega al final.

O sea, no hay un primero y un segundo.

Ganas si llegas.

Si te pierdes, te descalifican.

Es sencillo.

A mí me encantaba.

Y a los perros igual.

En el reglamento además lo dejaban bien clarito, cualquier obstáculo o incidente que ocurría durante el camino forma parte de la aventura, y en general te las tienes que arreglar tú con tus perros y el material que puedas cargar.

(De aquella no existían los móviles)

Se parece bastante a la vida real.

Algunos no se tomaban bien esta parte del reglamento y protestaban.

Lo mismo que les pasa a algunas personas en el mundo real cuando los planes no les salen como quieren.

Pero ese es otro tema.

Lo que quería contarte es que en una ocasión, iba por los Monegros con mi trineo (con ruedas, en España no nos sobra la nieve) y tres huskies.

Compitiendo contra nosotros mismos, que de eso se trata.

El resto de participantes, a su bola.

Y nos cruzamos en el camino con un enorme rebaño de ovejas.

Pero grande, muy grande.

Así que detengo el tiro.

Le indico al perro guía (el que va delante y se sabe las indicaciones) que se pare y espere.

Y eso hace.

Yo mientras tanto, en un alarde de exceso de confianza, me dedico a reposar sobre el manillar y a mirar aburrida cómo las ovejas se van retirando lentamente del camino.

En lugar de mirar a mis perros.

(Primer error).

Cuando el camino por fin está libre, sigo recostada sobre el manillar, con cara de aburrimiento.

Y sin mover ni un  músculo, le digo al guía “hike”

Es la orden de ponerse en marcha.

(Segundo error).

Pues dicho y hecho.

El guía pega un tirón capaz de reventar una cadena y sale corriendo.

En dirección a las ovejas.

Que estaban ya en mitad de un erial lleno de piedras.

Los huskies que le siguen secundan la moción y suman toda su fuerza tractora, que es mucha.

Y yo, que peso 50 kilos, salgo por los aires mientras la bicicleta se me escapa de las manos y empieza a dar tumbos y botes de metro y medio de altura entre las piedras del erial.

Mientras busco dónde aterrizar, observo una estampida de ovejas.

Salen ovejas en todas direcciones.

Y en una de esas direcciones, también sale un señor pastor acojonado, que corre más que todas sus ovejas juntas.

Me estampo contra el suelo, y con la fuerza que da la adrenalina, reboto y me pongo a correr yo también.

Pero detrás de mis perros.

No les alcanzo.

Empiezo a gritar y a mentarles todo el pedigree mientras corro.

Les da igual.

Los perros dan bandazos a un lado y a otro intentando atrapar alguna de las cientos de ovejas que huyen, mientras la bicicleta da botes y pierde piezas y más piezas con cada bote.

Una rueda sale volando en una dirección.

Las alforjas con el material aterrizan junto a una piedra enorme.

El botelín de agua salta en marcha y se queda agazapado en el suelo.

El cuentakilómetros, los pedales, la otra rueda….. todo sale proyectado y va quedando esparcido por el erial.

Y tras esto, el manillar empieza a dar vueltas y vueltas sobre sí mismo, clara señal de que los cables de freno y los del cambio de marchas ya no están tampoco en su lugar.

Y los perros siguen corriendo.

En un momento dado consigo atajarles, pero no les pillo.

Aun así estoy lo bastante cerca como para placar el cuadro de la bicicleta y así detener la infernal carrera.

Así que salto.

Sin ruedas, mi peso es suficiente para que no puedan seguir corriendo.

Justo antes de lograr esta “proeza”, el husky guía ha conseguido atrapar a una oveja por la cola con la boca.

Es la única que queda.

El resto ha logrado desaparecer por el horizonte (que mira que está lejos).

Los dos perros que le siguen forcejean desesperados por alcanzar a la desdichada oveja, pero mi peso se lo impide.

Y ese es el cuadro.

Una tía tirada todo lo larga que es sobre un resto de bicicleta inservible con tres perros de trineo intentando tirar y una oveja encabezando el grupo y dando saltitos para intentar liberarse.

Unas risas.

Aunque reconozco que en ese momento no me estaba riendo nada.

Para rematar, en cuanto intentaba levantarme para poner orden, los perros lo notaban y se lanzaban a trincar a la oveja.

Así que ahí me quedé.

Esperando.

 Algo.

No sabía qué.

Es la aventura.

Finalmente el perro guía trató de afianzar la mordida de cola de oveja abriendo la boca, momento que la oveja aprovechó para huir.

Esperé un poco más.

Y una vez desaparecidos todos los estímulos desencadentes de la catástrofe, me pude levantar.

Mis decepcionados perros me miraban como culpándome de que no hubiésemos cazado nada, con lo sencillo que era.

Yo me limité a recoger trozos de bicicleta con la esperanza de volver a reconstruirla algún día.

Después volví al camino.

Coloqué el chasis de la bicicleta a modo de asiento, y me senté encima.

A esperar otro rato.

En mitad del desierto, con tres perros que tiraban como elefantes y sin saber hacia dónde ir, solo me quedaba esperar a que la organización me rescatase.

Entre tanto, pasaban otros participantes que me miraban raro.

Me ofrecían su ayuda.

Y yo la rechazaba.

Entonces apareció el pastor.

Él solo, sin sus ovejas.

Parece que se le pasó el susto.

Estuvo un rato charlando conmigo, preocupado por la “ferocidad” de mis perros.

Que la verdad, una vez eliminadas las ovejas de la ecuación, no parecía nada feroces.

Al ver pasar a otros participantes y que ninguno se detenía, me preguntó indignado, “¿pero qué les pasa? ¿Es que ninguno va a ayudarte?”

No, amigo, no van a ayudarme porque no pueden. Mi problema es demasiado complicado como para que cualquier bienintencionado pueda echarme una mano”.

Como en la vida real.

Si tienes un problema menor, un bienintencionado que ni sabe lo que te está pasando (más allá de las pinceladas que tú le hayas dado) puede echarte una mano, y lo mismo te sirve.

Pero hay muchos problemas que son demasiado importantes como para que alguien que ni te conoce ni sabe nada del tema te ayude.

Ahí es donde se necesita a un profesional.

Y aquí es donde puedes empezar a contar con ayuda de verdad. Solo tienes que darle al botón, y ponerte a leer todo lo que te llegue.

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