Dos maneras de no aprender a nadar

Y una que sí

 

Vale, a veces visualizar esto de las emociones y su influencia, el cómo entablar una relación con un perro, cómo forjar un vínculo, cuesta.

Pero resulta que a los seres humanos se nos da bien extrapolar de metáforas y otros recursos literarios.

A los perros, ni idea, habría que proponer un estudio.

Por ahora me centraré en personas.

A ver qué tal así.

Imagina que no sabes nadar.

Te apetece aprender, pero lo del agua en grandes cantidades te da un poco de miedo.

Así que pides ayuda a alguien a quien conoces, y en quien confías.

Le parece genial la idea, y te acompaña hasta el borde de la piscina.

Tú ya estás allí, mirando el agua con una mezcla de aprensión y entusiasmo, con los deditos de los pies agarrándose al borde.

Y mientras decides qué hacer o esperas algún consejo, esa persona que te acompaña te suelta:

Venga, al agua ya, deja de pensártelo, que a nadar se aprende tragando agua”.

Y te da un empujón.

Caes al agua de cualquier manera, y entre el pánico y la sorpresa, efectivamente tragas bastante agua antes de llegar a la escalera.

Y sales de allí bastante cabreada, de camino a un sitio que esté lejos de esa persona.

Y del borde de la piscina.

Para mí que no has aprendido a nadar.

Y lo mismo podrías haberte ahogado.

Un gran plan.

Eso sí, si hubieras conseguido nadar, seguro que a quien te empujó no le tendrías mucho cariño.

Desde luego, confianza en el futuro, cero.

También puede que esa persona se preocupe mucho por ti, y te cubra de flotadores, de modo que una vez en el agua flotas.

Flotas tan bien, que ni te molestas en esforzarte.

No mueves ni los brazos ni las piernas, no te merece la pena, total, no te hundes.

Pero tampoco aprendes a nadar.

Vale, sigues teniendo confianza en esa persona, pero no has avanzado gran cosa, solo estás pasando el rato en el agua.

Queda una tercera opción.

(Excluyendo la de “te empuja y luego salta tras de ti para hacerte aguadillas”, que alguno habrá)

Que esa persona te acompañe.

Que entre contigo en el agua cuando tú decidas que estás lista.

Que se quede a tu lado mientras pruebas, braceas, experimentas.

Te hundes, flotas, aprendes a respirar y a coordinarte.

Te acompaña en todo momento y espera a que estés preparada para afrontar el siguiente paso.

Sin meterte prisa ni menospreciar tu ritmo o tus posibles miedos.

Te deja ir haciendo, pero al mismo tiempo te apoya si ve que lo necesitas o se lo pides.

Actuar así es lento.

Puede ser desesperante, ya que mira, nadar es fácil, no veo el problema con esto.

Pero permite a la otra persona avanzar de modo seguro y con una base sólida.

Y lo más importante, genera una gran confianza en quien ayudó y estuvo ahí, sin presionar ni forzar.

Pues justo así es como funciona el día a día con un perro.

Especialmente con un perro con miedo o problemas para gestionar su entorno.

Cada día es un asomarse al borde de la piscina.

Y decidirse a entrar sabiendo que no flotas bien ni eres buen nadador.

El perro puede hacerlo solo, la verdad.

Pero como es un perro que vive en familia, mejor que lo haga acompañado.

Más seguro, más grato.

Y para tener claro la mejor manera de acompañar, ayudar y apoyar a tu perro sin empujarle a la piscina ni cubrirle de flotadores, igual necesitas ayuda.

La mía te puede servir.

Pues te apuntas a los correos diarios, y recibes cada día una historia o reflexión sobre convivencia con perros y educación canina amable.

A nadar no aprenderás, pero seguro que a comprender mejor a tu perro, sí.

Sabía callar en 7 idiomas

Diferencia entre objetivos y sistema

 

 

Te voy a contar una pequeña historia.

Una de esas de gente corriente que te llega al alma.

No está completa, porque la escuché en la radio y la pillé empezada.

Así que rellenaré algunos huecos.

Resulta que un hombre que había participado en una San Silvestre con su hijo estaba contando cómo les había ido.

El hombre corría con un niño pequeño.

El niño, su hijo, al parecer tenía algún problemilla.

Ya de más pequeño tenía algunas cosas diferentes.

El padre veía a los niños de la misma edad de otros, y se daba cuenta de que algo no encajaba.

Algo no iba bien con su hijo.

Así que fue a pedir ayuda, y tras las pertinentes pruebas, le anunciaron que sí, que su hijo era diferente.

Y que, entre otras cosas, probablemente nunca hablaría en su vida.

No se trataba de un problema físico (aquí llegué tarde para enterarme).

Puede que fuera autismo.

Puede que fuera otra cosa, no lo sé.

Pero el hombre, supongo que tras una larga y dolorosa lucha interior, tomó una decisión.

Una muy importante.

No iba a machacar a su hijo para que fuera como el resto.

No le presionaría para que hablase.

Ni le suplicaría o le sobornaría.

Ni le exigiría nada o condicionaría su atención o su amor para conseguir unas palabras.

No se pilló una pataleta ni dirigió todos sus esfuerzos a lograr que el chaval hablase.

Nada de eso.

Lo que hizo fue olvidarse del asunto.

Si no habla, pues no habla.

Sigue siendo mi hijo y es un gran niño y le quiero igual.

Así que en lugar de perseguir el objetivo “el niño tiene que hablar a toda costa”.

En plan, si no lo consigue no será normal, no encajará en este mundo, no logrará integrarse.

Decidió averiguar qué era lo que más le gustaba a su hijo.

Lo que más le motivaba y disfrutaba haciendo.

Y lo harían juntos, todos los días.

Compartiría con él momentos de calidad y situaciones donde el niño se sentía cómodo y feliz.

Y ya.

Ese era el sistema.

Sin objetivos ni finalidad, más allá de compartir y estar junto a su hijo.

Pues resultó que al niño le gustaba correr.

Y juntos corrieron.

Entrenaron y sumaron kilómetros juntos.

Y un día el padre le propuso correr una San Silvestre.

Se prepararon para el gran acontecimiento, juntos.

Y llegado el día, allí estaban, padre e hijo, dispuestos a pasar un gran momento, juntos.

Sin expectativas, sin importarles quién llegara primero o último.

Correr por correr y por compartir, sin mayores pretensiones.

Llegaron finalmente a meta, exhaustos y felices.

Y entonces el niño se volvió hacia su padre, le miró fijamente… y habló.

“¿A qué he corrido bien, papá?”

Solo dijo esas seis palabras, pero fueron suficientes.

El hombre contaba que entonces las piernas le cedieron, y se fue derecho al suelo.

Y allí, de rodillas, se puso a llorar como no había llorado en su vida.

No me extraña.

Yo estaba llorando solo de escucharle.

Pues este es el enfoque de la educación canina respetuosa: no imponer nuestros criterios y esforzarnos por conseguir lo que queremos o lo que se supone que debe ser normal.

Sino centrarnos en mirar por hacer feliz al perro y que se sienta seguro y confiado a nuestro lado.

El resto vendrá solo, cuando toque.

Si es lo que estás buscando, envío cada día un correo con reflexiones como ésta. Y te las estás perdiendo, a la de hoy ya no llegas.

Si quieres leer la de mañana, apúntate en el botón urgentemente.

Eso sí, te apuntes cuando te apuntes, tienes un regalo de bienvenida.

 

Si no haces lo que yo quiero…

Mamá dejará de quererte

 

Me preguntan que en qué consiste lo del adiestramiento cognitivo-emocional.

Que suena bien, claro, porque parece que suma en un solo concepto lo de pensar y lo de cómo se siente el perro.

Bueno, podría hacer una sesuda explicación donde cuento los detalles de la metodología, escuela, filosofía o como quieras llamarla.

Pero ya de entrada, si es adiestramiento, funcione como funcione y se use la terminología que se use, pues eso, es adiestramiento.

Es poner al perro bajo control (con comandos y órdenes).

Para el que quiera eso, está bien, todo en orden.

Para el que busque otra cosa, entonces da igual la etiqueta, no sirve.

«¿Pero por qué, si es de pensar, y tiene en cuenta las emociones del perro?»

Sí, lo sé.

De hecho, en este tipo de adiestramiento argumentan que el perro termina haciendo los ejercicios “porque te quiere”.

Y eso le suena bien a mucha gente, ya no parece que maltratas a tu perro con herramientas medievales, ni le sobornas con comida.

Pues malas noticias: todos los perros quieren a sus humanos.

Todos.

El tuyo te quiere a ti, el que vive en una jaulita en el jardín a quien le da de comer, y el que recibe una paliza diaria, pues a quien le pega.

Pero lo que tú le puedes dar a tu perro y los otros “prototipos” de cuidadores no, es la confianza y la seguridad a tu lado.

Eso no se consigue con comida, nunca.

Ni con juegos.

Ni informando al perro de lo que quieres, por muy amablemente que informes.

Otro punto importante en esta escuela es que remarcan que el reforzamiento social queda condicionado a la obediencia y ejecución de ejercicios elegidos por la persona.

Eso significa que el perro solo recibe atención social si hace lo que otro (en este caso tú) quiere.

Traducido: condicionas tu cariño y tus muestras de afecto a que tu perro se porte bien.

Si no haces lo que yo quiero, mamá dejará de quererte”

Qué triste.

Pero esa es mi manera de verlo.

Que igual está equivocada.

O igual todos tenemos razón, yo qué sé.

En el fondo creo que diferenciar escuelas en el mundo canino es bastante sencillo, se llamen como se llamen.

A) El cuidador busca que el perro haga lo que él quiere o deje de hacer lo que le molesta (y luego organiza distintos modos para lograrlo) = lograr el control sobre el otro.

B) El cuidador busca que su perro se sienta seguro y confiado a su lado, y que sea feliz = que forme parte de pleno derecho de su familia.

Cuando lo miras así, ya tienes muy claro qué tipo de escuela, filosofía, corriente o como queramos llamarlo, elegir.

Dentro de la A, hay muchos matices, y cada cual decide qué vale y qué no para lograr objetivos.

Y dentro de la B, pues también cada cual propondrá distintos matices, pero el objetivo es el bienestar del perro, no controlarle ni cambiar sus conductas ni pedirle que deje de ser perro porque a nosotros no nos gusta o no nos conviene que lo sea.

Yo ya trabajé muchos años del primer modo, pasando por distintas corrientes y escuelas, y descubrí que me limitaba mucho en la relación con los perros.

Además, era aburrido, estresante, frustrante, y hacía que me pasara la mayor parte del tiempo mirándome el ombligo

(Y esforzándome para que mi perro me mirase el ombligo. A veces no metafóricamente)

De paso, me impedía conocer qué es un perro realmente, y cómo ven el mundo y se relacionan con su entorno, entre otras muchas cosas maravillosas que me estaba perdiendo.

Tampoco podía aprender nada de los perros para ser mejor persona, solo aprendía cómo manipular y controlar mejor a los perros.

Así que me pasé a la segunda forma, y cada día doy gracias por ello.

Y por todo lo que vino después.

Así que, si necesitas de manera desesperada tener el control sobre tu perro, lógicamente no puedo ayudarte.

Pero si lo de aprender de él y con él, y compartir momentos a diario de complicidad y buen rollo te atrae, pues entonces lo que cuento en los correos que mando cada día a quien se suscribe te va a gustar.

Te apuntas por el botón, y empiezas a descubrir cosas maravillosas sobre los perros tú también

Y con regalo de bienvenida, y todo.

La educación está sobrevalorada

Te lo demuestro

 

 

No sé si alguna vez has hecho una búsqueda de vídeos de perros el internet.

Creo que salen 389.851.736, vídeo arriba, vídeo abajo.

Con todas las temáticas y enfoques imaginables.

Bien, mirar a un perro (o varios) haciendo algo es mucho más ameno que la tele.

Y mucho más educativo que un señor en la tele obligando a los perros a dejar de ser perros.

Pues hoy te voy a hablar de dos vídeos concretos.

En uno sale un husky entrando en una tienda.

Está grabado por la cámara de seguridad.

Las puertas son de cristal, y se abren por detección de movimiento, así que el husky lo tiene fácil para acceder.

Pero su actitud es lo que llama la atención.

Entra despacio, como de puntillas, casi casi diría que está silbando.

Y mira a su alrededor con disimulo, como para que nadie se fije en él.

Pasados unos segundos, desaparece del enfoque.

Y poco después, vuelve a aparecer, pero esta vez va corriendo y lleva un enorme hueso de cuero en la boca.

Sale de la tienda y no se le ve más.

Hasta que pasen unos días que volverá a dejarse caer por allí.

Al parecer es un ladrón habitual.

Una vez por semana, su cuidadora se pasa por la tienda a pagar los huesos robados.

Y tan amigos todos.

En el otro vídeo sale un mestizo de labrador.

Es un perro comunitario, que merodea a menudo por una zona donde los estudiantes se toman un descanso entre clases.

Hay un mostrador donde les venden chucherías y bebidas.

El perro está allí a menudo, y observa el ir y venir de chiquillos.

Y observa lo que hacen.

Luego piensa, razona y actúa.

(Si no crees que un perro pueda hacer esto, lo mismo deberías dejar de leer esto)

¿Y de qué va el vídeo?

Fácil.

El perro, en lugar de robarse algunas chucherías para él (como hace el perro tutelado)

Toma una hoja del suelo, una grande y marrón, y se acerca al mostrador.

Allí espera su turno, y cuando le toca, sube las patas delanteras.

Posa la hoja sobre el mostrador, y espera que le den su golosina.

La que acaba de comprar con esa hoja.

Como lo lees: ese perro está usando hojas para comprar galletas.

Si a los humanos les dan comida y bebida a cambio de trozos de papel, ¿por qué no probar con hojas como moneda de cambio?

Le funciona, claro.

Pero mira, cuando se presume de lo inteligente que es un perro, se habla de animales que asocian doscientas palabras a doscientos juguetes de perro.

Que no digo que esté mal, para nada, yo no sé si tengo tanto vocabulario para hablar de juguetes.

Ahora piensa en lo que hace ese perro, y dime si eso no es inteligencia.

Y dime si eso no es educación.

Podría robar las galletas, pero no lo hace.

Podría exigirlas, ladrando, pedirlas saltando encima de la gente, podría incluso intentar atacar a alguien que lleve galletas y quitárselas.

Pero no lo hace.

Ahora mira lo que hace el perro que ha recibido una educación formal.

Y lo que hace el que nunca fue educado.

Y dale una vuelta al razonamiento ese de que a los perros hay que entrenarlos, educarlos, adiestrarlos, para que se integren en el mundo de los humanos.

Que hay que enseñarles normas y reglas, controlarlos y vigilarlos para que se porten bien.

Porque yo hace mucho que no lo veo así.

Y tras ver al perro pagando sus galletas, menos aún.

Cuando permites a un perro observar, tomar información de su entorno, pensar y elegir, lo más habitual es que tome buenas decisiones.

Y que su conducta sea mucho mejor que la que aparece en perros “educados” al estilo clásico.

(Excepto si el perro “educado” está tan inhibido que no hace nada, es difícil superar eso. Pero tú no quieres a tu perro roto, ¿verdad?)

Así que mira, te propongo que le eches un vistazo a esta propuesta.

mando un correo al día a mis suscriptores, con anécdotas, historias y reflexiones sobre educación amable.

Y de paso, hay un regalo de bienvenida. 

Lo que cuento no sirve para educar mejor a tu perro.

Tampoco para corregir conductas, inhibirlas o cambiarlas.

No te garantizo que tu perro empiece a comprar sus propias galletas.

Pero sí que va a empezar a pensar, a observar más, a estar más atento a ti, y a ser más tranquilo y evaluar mejor lo que hace.

Y eso, como resultado, implica que será la mejor versión de sí mismo.

Y te va a sorprender cómo se porta un perro al que se le deja ser el mejor perro posible, sin obligarle a nada ni intentar cambiarle.

Lo mismo tienes curiosidad, pues por el botón

PD- Por cierto, si tu perro roba en tiendas, pagar lo que se lleva me parece mucho más acertado y amable que tratar de castigarle o encerrarle para que “deje de”.

Cómo usar el arma del miedo

 Para que otros hagan lo que quieres

 

Te voy a contar una cosa que igual ya sabes, pero por si acaso no.

Te pongo en situación.

Esta mañana me he ido con mis perros a dar un paseo por una zona de montaña.

A mitad de trayecto he visto dos yeguas y un burro en mitad del camino.

Y como no me apetece que mis perros los espanten, les he atado.

Hemos pasado un poco por el medio, porque lejos de asustarse, se nos acercaban.

Y cuando los he sobrepasado e iba a desconectar mi cerebro de nuevo, el burro se ha lanzado a por Brianna.

Y la ha atacado por la espalda.

Ella, aun atada, no podía hacer lo único que puede hacer en situaciones así.

Huir.

Yo he visto al burro arremeter contra ella, con las orejas replegadas, abriendo la boca mientras intentaba morderla el lomo.

Por el rabillo del ojo.

Y con las mismas, casi como un reflejo, he sacado el arma del miedo.

Conozco bien esa arma, y sé usarla, porque es habitual en el mundo del perro.

Y llevo muchos años en ese mundo.

Y hubo un tiempo donde yo también la usaba.

Mucho más de lo que me gustaría reconocer.

Y es que no hace falta estrangular a un perro o electrocutarlo para meterle el miedo en el cuerpo.

Y que se porte como tú quieres.

O simplemente, que no se porte.

Que ya sabes, es la definición oficial de “perro bueno”.

Así que, tirando de años de experiencia y buenos reflejos, yo misma he atacado al burro con el arma del miedo.

Me he lanzado sobre él jurando en varios idiomas distintos, y soltando palabrotas que hacía años que no usaba.

El burro ha cortado el ataque, me ha mirado con cara de pánico, y ha empezado a trotar.

No me vale, vas a correr de aquí al infierno lo más deprisa que te den tus ridículas patitas.

Mientras me miraba con los ojos medio en blanco y trataba de ganar velocidad

(Mal vamos si puedo alcanzar a un burro corriendo)

Rebuznaba, como protestando.

Protesta lo que quieras, que me da igual.

A mi perra no te acerques ni en sueños.

Y así ha terminado el enfrentamiento, casi antes siquiera de empezar.

¿Qué crees que habrá aprendido el burro de esta experiencia?

¿Que está mal atacar a mi perro?

¿Que está mal atacar a perros, en general?

¿Que es mala idea acercarse a los humanos?

¿A las mujeres?

¿A las mujeres que van con perros?

Pues a saber, porque uno de los problemas de usar el miedo como herramienta para modificar conductas es que los resultados son impredecibles.

Lo que es seguro es que ha aprendido a tener miedo.

A qué, ni idea.

Pero miedo, seguro.

Y ese miedo puede que le lleve a huir en situaciones parecidas más adelante.

O a atacar con más ganas y decisión.

Así que puedes buscarte mil y una excusas para emplear el miedo en la vida de tu perro.

Pero la única utilidad que tiene es que se aleje o se congele.

(Aunque no es eso lo que ocurre siempre)

Si resulta que lo usas porque no te dabas cuenta de las consecuencias, o porque no se te ocurre otro modo de gestionar la convivencia.

Aquí tienes una ayuda para dejar del arma del miedo para cuando alguien ataque a tu mejor amigo.

Para defenderle, no para hacer su vida más miserable.

Si el enfoque te parece interesante, tienes que suscribirte al correo diario. 

 

Me pongo a ladrar enloquecida

En la cola del supermercado

 

¿Sabes qué? yo pienso que hay cosas en este mundo que se han inventado pensando en gente como yo.

Soy así de egocéntrica, qué le vamos a hacer.

En general, todo lo que me permita llevar una vida más o menos normal reduciendo mis interacciones con el resto de la humanidad me parece una genialidad.

Y en la era online, resulta realmente sencillo, sí.

Así que yo lo adoro.

Pero el otro día me tocó dejarme caer por un supermercado, en plan emergencia, para comprar algo para mis perros.

Iba a casa de mi padre, y se me olvidó llevarlo de casa.

Era sábado, además, que no es el mejor momento para ir a estos sitios si no te gusta la gente.

Pero todo sea por mis perretes.

Así que paro en el aparcamiento, me voy trotando hacia el super, que cuanto antes lo despache antes podré seguir con mi vida.

Y me digo “venga, entrar y salir, es un momento”.

Y allá que voy.

Como sé dónde tienen lo que busco, me dirijo al pasillo correspondiente.

De primeras, me interponen en el camino un expositor lleno de preciosas plantas en flor.

Mierda.

Ahora tengo que pararme y revisarlas todas.

Finalmente me llevo una azalea.

Y como me conozco y llevo el dinero muy justo para evitar mi escaso autocontrol en según qué cosas, no me puedo llevar más.

Me recrimino a mí misma ser una dispersa de mierda, céntrate, céntrate, has venido a buscar otra cosa.

Voy a paso ligero hacia el estante que toca en el pasillo que toca, y mi azalea, mi producto para perros y yo nos ponemos a la cola de pagar.

Cuando le toca al señor que está delante de mí, empieza a poner sus productos en la cinta.

Yo, allí, mirando al vacío, ausente, pensando en…en…bueno, en lo lentas que iban las cajas, que cómo pueden tener solo 3 abiertas un sábado a medio día, por dios cuándo me voy a poder marchar.

Entonces el hombre me mira, fijamente.

“¿Sólo llevas eso?”

Miro mi azalea y mi producto para perros.

“Sí”

“Pues pasa, mujer.”

“Oh, oh, muchas gracias, paso entonces”

Podría haberlo pedido yo, pero es que nunca hago eso.

No sé la razón, algún día pensaré en ello.

Intento colocar mis cosas en la cinta, pero está repleta de las cosas del señor que me ha cedido el paso.

Así que simplemente cruzo la línea de caja, y espero.

La cajera, inmune al hecho de que la cola de personas llegue hasta la sección de carnicería, está charlando con otra mujer.

Yo sigo esperando, con mis dos artículos en la mano y la cuenta hecha de cabeza para dar el dinero justo y salir corriendo.

Ya casi está, ya casi está, ya casi está…”

Entonces una señora llega a la carrera, mientras grita

”¡No llevo nada, no llevo nada, no llevo nada!”

Y se me echa literalmente encima.

Empiezo a mirar a mi alrededor, buscando una salida, pero no la hay.

Con ojos desorbitados compruebo que tengo las manos ocupadas, la barrera de metacrilato de la cajera a mi espalda, y un pasillo de medio metro de ancho.

El carro de otro cliente me bloquea el paso.

Estoy acorralada.

Y la señora, aunque la miro con cara de pánico, no desiste ni pide paso.

Simplemente se lanza sobre mí.

“¡No llevo nada, no llevo nada!”

Mientras agita los bracitos con las manos vacías.

“Señora no se acerque a mí, aléjese, mantenga la distancia”

”¡No llevo nada, no llevo nada!”

“¡Señora, que no se acerque, no pase, no ve que no hay sitio!”

”¡No llevo nada!”

“¡¡¡Que se aleje, fuera, fuera, largo, vade retro, no me invada el espacio¡¡¡”

“¡Pero si no llevo nada!”

“¡¡¡¡¡Que no hay sitio, no pase, déjeme en paz, no se acerque¡¡¡¡¡”

Bueno, esto era lo que ocurría en mi cabeza.

En el mundo real, yo estaba como un palito de merluza, con la mirada perdida en el techo y sujetando mi azalea con fuerza

(que aún no era mía porque no la había pagado)

Como si pudiera esconderme detrás de ella y evitar la situación.

La señora, finalmente, me pasó por encima sin prestarme ninguna atención, y se fue.

Y la cajera decidió que era un buen momento para atenderme.

Así que pagué y me fui corriendo a respirar un poco de aire.

Y esto tan dramático y totalmente irrelevante podría ser parecido a lo que pasa en la cabeza de tu perro cuando ladra.

En su propia versión y en sus contextos, claro.

Pero algo así.

De modo que hacerle callar para que se convierta en un palito de merluza suele fracasar, justo por esto.

Y justo por esto, lo mismo deberías mirar la filosofía de la educación canina amable y empática.

Para que entiendas las razones de los perros para ladrar.

Y tengas ideas para ayudarle a que no se sienta igual de idiota y de acorralado que yo en la salida del super.

Y de paso, te ayude a ti a sobrellevar mejor eso de tener un perro que da la nota en situaciones aparentemente normales.

En esta web tienes ya muchas pistas.

Y en los correos que mando cada día, todos los días, a mis suscriptores, muchas más.

Y no digamos ya en el libro que reciben como regalo los nuevos suscriptores.

Si todo esto no te ha convencido, lo mismo prefieres los perros palito-de-merluza, y entonces estás aquí perdiendo el tiempo.

 

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