Qué puedes hacer en lugar de educar a tu perro

De pequeña soñaba con ser bailarina

Me encantaba el mallot rosa, y el tul vaporoso.

Las zapatillas con sus cintas de raso que te envolvían las piernas.

Me fascinaba lo alta que llevaban la cabeza las bailarinas, parecía que todas tuviesen cuello de cisne.

Y las manos, esos dedos largos y finos que ondulaban.

Yo quería hacer eso a todas horas, y verme dando  saltos y haciendo piruetas frente al espejo al ritmo de la música.

Pero no pudo ser.

Por distintas razones, da igual cuáles.

Así que ahora llevo a mi hija a ballet.

Vamos tres tardes por semana, y me dan escalofríos de la emoción cuando la veo con su tutú y sus zapatillas de punta.

Me siento como si la vida me diera otra oportunidad.

Pero a ella no le gusta.

Dice que prefiere mil veces jugar al ajedrez.

Ajedrez.

Ese ¿deporte? donde se pierde el tiempo sentado en una silla durante horas mirando un montón de figuritas sobre un tablero.

Sin hacer nada y sin moverse apenas.

No lo entiendo.

Esto lo escuché el otro día de una amiga.

Solo hice eso, escuchar.

Porque ni tengo hijos, ni sé nada de criarlos, ni, siendo francos, me había pedido opinión alguna.

Solo expresaba su frustración y decepción porque su hija no sería lo que ella no pudo ser aunque tiene la oportunidad en bandeja.

Y quizá buscaba  mi apoyo, no lo sé.

Hubo un tiempo en que cuando un nuevo perro entraba en mi vida yo veía en él un gran lienzo en blanco.

Y me emocionaba pensando la gran obra maestra que iba a dibujar en él.

Cada nuevo perro era una nueva oportunidad de “dibujar” un gran perro.

Y esa sensación me emocionaba y me motivaba.

Pero hace tiempo que me di cuenta de que esa forma de verlo es un error.

Y mi visión actual es diferente.

Ahora veo en cada perro un potencial.

No un lienzo en blanco, sino un ser individual, único, diferente a todos los demás, que solo necesita un poco de apoyo para desarrollar y mostrar al mundo su mejor versión.

La suya.

No la que yo decida o prefiera o me guste más.

No lo que yo sueño que debería ser mi perro.

Sino lo que ese perro puede llegar a ser.

Que además será igualmente un gran perro.

Pero no el que yo diseñe a mi medida.

Por eso entiendo a las personas que se quejan a menudo de sus perros.

“Me gustaría que fuese más cariñoso”

“Yo quiero que se lleve bien con otros perros, que sea sociable”

“Es muy bueno, pero no le gustan nada los niños, y yo quiero que le gusten”

“Tiene que saludar a todos los perros que se encuentra, me gustaría que fuese algo más indiferente con los demás”

Y así puedo seguir y seguir.

Los entiendo porque alguna vez pensé como ellos.

Y pretender que el otro sea como nosotros queremos en lugar de cómo  puede llegar a ser es un gran lastre para la convivencia.

El intento de cambiar al otro, de “dibujar” sobre él para que sea como a nosotros nos gusta, suele generar resistencia y rechazo.

Y de ahí muchos de los roces que hay entre personas y perros.

Enseño a mis clientes a ver el potencial de sus perros, y a apoyarlo y favorecerlo en lugar de centrarse en lo que a ellos les gustaría que fuese.

Al principio no están muy contentos.

Pero cuando ven lo felices que son sus perros entonces, y las mejoras en su comportamiento en general (sin tener que trabajar sobre ese comportamiento), cambian de idea.

Si a ti también te ilusiona ayudar a sacar el mejor perro que tu perro lleva dentro, dale al botón.

Y empiezas aplicando la guía que te mando, donde tienes ideas para que tu perro sea más feliz. 

No para que se porte como tú esperas, para que pueda ser el mejor perro posible.

Y de paso, un correo al día con reflexiones como ésta.

Si no te ha gustado, mejor no te apuntes, porque te voy a llenar el buzón de mensajes que no te interesan.

Lógicamente no le sirve de nada a quienes prefieran moldear a sus perros como si fueran plastilina hasta conseguir que sean como ellos quieren.

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